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Han pasado más de 24 horas del terremoto que sacudió a la Ciudad de México y la bulliciosa Condesa está en silencio, silencio que es roto por el andar de cientos, quizá miles, que buscan la esquina de Tamaulipas y Nuevo León para van a ayudar.
Hace calor pero se ha nublado, parece que lloverá. Personal del Ejército Mexicano ha acordonado el edificio de Plaza Condesa y el Pata Negra , puntos emblemáticos de esta zona repletas de bares y restaurantes, uno de los principales polos de la vida nocturna de la capital del país.
Los restaurantes y bares de la calle Tamaulipas que tienen abiertas sus puertas están vacíos. Algunos de estos establecimientos han optado por regalar comida, ofrecer espacios de descanso para voluntarios, prestar sus baños a quien lo necesite. En estacionamientos se organizan las personas.
Entonces, ahí, frente al Parque España , se escucha a lo lejos un grito: "Apaguen celulares, fuga de gas, fuga de gas". La alerta es replicada por los militares de uno en uno, por socorristas y voluntarios, de uno en uno, hay más gritos, hay más silencio que es roto por los pasos.
De repente es tanta la gente concentrada ahí que cuesta trabajo seguir adelante. Pero todos quieren ayudar. En bolsas de supermercado algunos llevan comida enlatada, otros agua, algunos más medicamentos, se ven martillos y mazos.
En su andar decenas llevan picos y palas, barretas para remover escombros, polines y maderos para apuntalar estructuras. Por calles no cerradas a los vehículos llegan camiones y camionetas con grupos de personas listas para ayudar a sacar escombros, muchos son trabajadores de empresas constructoras.
Bajo una carpa voluntarios suenan silbatos, se levanta el puño derecho... todos levantan el puño derecho y piden silencio. Un médico se para sobre una caja y grita con todas sus fuerzas las necesidades urgentes al momento: medicamentos y agua, principalmente antibióticos, jeringas y cortisona.
A las tres de la tarde llegan a la zona dos camiones del Ejército con personal asignado al Plan DN-IIIE que se suma a sus compañeros que trabajan a marchas forzadas en un edificio colapsado en Álvaro Obregón y Sonora , frente al Superama. Dicen que ahí hay 40 personas con vida.
Es una zona de emergencia donde se encuentran la zozobra, el miedo, y la angustia con la esperanza, la solidaridad y valor.
Los corresponsales extranjeros y periodistas mexicanos se han colocado en una esquina, desde donde pueden ver las labores de rescate que se realizan a 100 metros, pero no ingresan al área de riesgo.
Pasan las horas. Familiares de posibles víctimas clavan la mirada en la nada, en su angustia, sentados sobre la banqueta, esperando cada hora un nuevo corte de personas rescatadas. Los primeros voluntarios no pueden más y sobre cartones duermen en las banquetas.
Ya es hora de comer. Entonces llegan tortas que alguien preparó, que no tienen origen partidista ni de gobierno sino que se hicieron en la mesa de una casa. Se reparten en bolsas, se dan en la mano a voluntarios, rescatistas, policías, soldados.
Ahí hay brigadas de estudiantes de la UNAM , del IPN , de la Universidad La Salle . Hay servicios médicos del Politécnico Nacional. Decenas se mueven en motocicletas para llevar medicamentos de un lugar a otro.
En los cruces de Avenida Insurgentes -desde Nuevo León hasta Baja California- se ve una marea de personas. Caminan sobre las baquetas y los arroyos vehiculares. Algunos llevan picos, otros palas, cascos, uno más pañuelos atados a la cabeza o al cuello. Van de un lugar a otro... quieren ayudar.
pmba