Mientras el lábaro patrio se regocija cada que es tocado por el viento, a los pies del asta dos trabajadores de limpia barren inexistente basura, pues nunca en su historia la Plaza de la República ha estado tan desolada y, sobre todo, limpia.
Desde este jueves desaparecieron los manifestantes o plantones de inconformes, cuyos integrantes observan con recelo la majestuosa Plaza de la Constitución, al ser arrojados a las puertas de Palacio Nacional y al Antiguo Palacio del Ayuntamiento.
Una valla metálica les impide el paso, lo mismo que a turistas nacionales y extranjeros, a quienes parece no importar el peligro en el que están y, en consecuencia, ignoran los constantes llamados que emiten grandes bocinas del kiosko para que se refugien en casa.
Por más que insisten a los policías que les permitan el paso “sólo por un ratito” para tomarse una selfie, los uniformados, con actitud de “bobbies” británicos, aunque el conocido casco lo han cambiado por cubrebocas, se mantienen firmes y los invitan a regresar a sus hoteles.
Pero a los viajeros, como algunos comerciantes y vecinos del Centro Histórico, parece no importarles la alerta sanitaria por el Covid-19 —por el que hasta este miércoles han muerto 50 personas y y se reportan mil 510 casos en México—, insisten que los dejen pasar.
Lo mismo ocurre en la calle Madero, considerada como la más transitada en América Latina, donde tienen acceso, a cuentagotas, trabajadores y gente que va a comprar.
Algunos peatones deciden tomar calles aledañas para continuar hacia el Zócalo, pero otros, con el rostro enrojecido, lanzan recordatorias familiares a los agentes, quienes responden con una tímida sonrisa que intentan esconder con su cubrebocas.