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El 19 de septiembre de 2017 marcó un antes y un después en la memoria de los habitantes de la Ciudad de México. Una generación recapitulaba vagamente lo acontecido hace 32 años, cuando un temblor destruyó gran parte de la capital del país. Otros simplemente no lo recordaban. Sin embargo, ese martes, sólo unas horas después, todos los capitalinos rememoramos el temor ante el sismo de magnitud 7.1 que derrumbó, en segundos, 38 edificios y provocó la muerte de 228 hombres, mujeres y niños como los que estaban en el Colegio Enrique Rébsamen, en Coapa, derrumbe que fue el símbolo de la tragedia. En las primeras horas, los capitalinos, sobre todo, los jóvenes se volcaron a las calles a auxiliar como ocurrió en 1985. La solidaridad brotó y hasta se desbordó en cada uno de los edificios colapsados. El apoyo internacional llegó y se removieron escombros hasta que se extinguió toda posibilidad de encontrar vida y rescatar los cadáveres.
Con los días, las anomalías empezaron a brotar. Como en el Rébsamen, donde la propietaria y directora del plantel tenía un jacuzzi en el cuarto nivel. Un edificio nuevo en Zapata 56 que se ofertaba como “resistente a los sismos” se desplomó y, si bien hay dos detenidos acusados de homicidio culposo, decenas de familias perdieron su patrimonio por anomalías.
El sismo del 19 de septiembre, como en 1985, provocó cambios en las reglas para construir edificios, motivó a la organización política de vecinos y en pleno año electoral podrá ser una bandera de los partidos políticos en la renovación de la jefatura de Gobierno, alcaldías y diputaciones del primer Congreso Local.