“El carnaval sale por la gente, es una fiesta de liberación, de renovación, de pasar de un tiempo a otro; es donde se expone la embriaguez, lo visceral, la libertad, la violencia, pero también la risa, la armonía, la cooperación, eso es el carnaval, las dos cosas en una misma moneda”, afirma Ismael Pineda Peláez, integrante de la cuadrilla de huehuenches del Carnaval del Pueblo de San Juan de Aragón, uno de los 64 que tiene identificados la Secretaría de Cultura, que se realizan en la Ciudad de México.
Cada año, en las primeras semanas de febrero, poco antes de la Semana Santa, los habitantes de los pueblos y barrios de la Ciudad de México se suman a la algarabía con máscaras y atuendos al ritmo de música tradicional y bailes con un tono burlesco. Una tradición popular desde hace casi tres siglos, que se mantiene viva.
Los carnavales son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Ciudad de México, luego de que el pasado 2 de febrero se publicara la declaratoria en la Gaceta Oficial, con el principal objetivo de preservarlos.
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Claudia Curiel de Icaza, secretaria de Cultura, explica a EL UNIVERSAL que con ello se contempla la creación de un Plan de Salvaguarda, “preservar y hacer mucho más visibles todas esas expresiones, muchas que se habían diluido o perdido, volverlas a traer sobre la mesa, y mostrar la diversidad que hay de carnavales en esta Ciudad”.
De “arrieros” y “viudas”
Con sus máscaras confeccionadas con cera sobre sus rostros, Alfredo Vázquez y Fernando Lozano, integrantes de la cuadrilla de huehuenches en el Carnaval de San Juan de Aragón, cantan la primera estrofa de uno de sus cánticos: “Llegaron los tlaxcaltecas, con vivas y con valor, Dios nos ha dado licencia, nuestro juez y corregidor”.
Desde su casa en el pueblo de San Juan de Aragón, Alfredo, quien lleva 45 años participando en el acto, cuenta a este diario que el carnaval de este pueblo, en la alcaldía Gustavo A. Madero —que arranca este domingo 11 de febrero—, ha pasado por cambios a lo largo de los años; sin embargo, continúa reuniendo a muchas familias; este año esperan que unas 80 cuadrillas salgan a bailar polkas, mazurcas, valses y otras danzas tradicionales.
En sus inicios, la estructura original del carnaval de este pueblo ubicado en el norte de la Ciudad estaba constituida por cinco elementos: huehuenches y viejas (que en otros lugares se conocen como chirrionas o morras), los arrieros, el ahorcado y la viuda, la cuadrilla de toreros y el oso, explica Pineda.
Con los años ha ido cambiando, actualmente, por ejemplo, ya no se representa a los toreros.
Además, a principios de la década de los años 90 se creó también el Carnaval Alegórico de Animalitos de San Juan de Aragón, con la intención de que los más pequeños pudieran sumarse al carnaval aunque no tuvieran la indumentaria tradicional, cuyos costos suelen ser elevados. En la actualidad, es un carnaval “mucho más libre” al que todo mundo puede sumarse con la vestimenta de su preferencia.
“Se hace una emulación y no solamente es una sátira. Siempre he pensado que el carnaval es también aspirar a querer ser de clase, a sentirte por un momento como ellos (los aristócratas), pero, al mismo tiempo, también te burlas porque nunca vas a poder serlo, porque eres gente del pueblo, eres un populacho, eres la plebe, porque San Juan de Aragón viene de ese estirpe de una comunidad indígena desdoblada y que a final de cuentas tenía que sabérselas para subsistir”, dice Ismael.
Origen de los carnavales
Acorde con la titular de Cultura capitalina, los carnavales iniciaron como actos a manera de burla hacia los europeos tras su llegada a México.
“Se burlaban, en los carnavales, de los europeos, sus máscaras, por ejemplo, emulan las barbas y las características de los españoles, y por mucho tiempo estuvieron prohibidos. Es muy interesante que tras 300 años siguen vivos y se hayan pasado de generación en generación, y que tengan justamente esa mezcla entre lo que llegó, más lo que integraron los pueblos, lo volvieron indígena, mestizo. Es un decreto popular, sin la tradición que venía de allá, y que se volvió también un espacio de resistencia cultural”.
La tradición carnavalesca de la capital del país, explica Ismael Pineda, de la cuadrilla de huehuenches de San Juan de Aragón nace de una tradición ibérica, influenciada incluso desde Roma y Grecia. Se trata de actos que se comenzaron a realizar en distintos poblados como una burla, en la que se conjuga la tradición y elementos europeos, y que con el tiempo se volvieron una sátira a los aristócratas, que sobre todo se concentraban en el Centro de la Ciudad, y que fueron añadiendo sus propias características.
“El carnaval no existe sin el cristianismo. El carnaval es el hijo pródigo del cristianismo aunque paradójicamente se burlan de las figuras. Por ejemplo, vemos sacerdotes bailando y brincando. En muchos lugares se hace una sátira, ahí ya viene el ingrediente satírico que no necesariamente es americano. En España, en Bélgica hay carnavales que son naturalmente satíricos. Voltear el mundo de cabeza, a final de cuentas, la inversión de los roles sociales de género son muy importantes. El degenere, la violencia”, señala.
María Angélica Galicia Gordillo, investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, explica a esta casa editorial que los carnavales son, al menos en nuestro país, la conexión con nuestras raíces culturales más profundas, por ello resulta valioso que sean considerados como patrimonio cultural inmaterial.
“Que otros gobiernos sigan el ejemplo de la Ciudad de México y la idea de los carnavales pueda seguir ganando terreno para nombrarse como patrimonios locales, patrimonios municipales, estatales, que se les dé el valor que tienen”.
En esto coincide el historiador Carlos López Alvarado, para quien los carnavales podrían definirse como “prácticas comunitarias que a veces olvidamos que existen y que nos ayudan a comprender quiénes somos y hacia dónde vamos. Es una expresión social pura, auténtica, una de las tantas expresiones en donde podremos encontrar los vestigios fundacionales de la mexicanidad”.
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La preparación
Desde otro punto de la capital, Carlos Ramírez, presidente de la cuadrilla de Los Charros de Iztacalco, explica que su carnaval, que tiene poco más de 100 años de historia, se planea con un año de antelación.
“Tienes que hacer la junta con tus socios, con tu mesa directiva, para los temas de presupuestos de banda, cuántos días vas a salir, buscar las comidas para esos tres días de carnaval; hay casas donde invitan a los charros, la gente que los acompaña y para las bandas, todo eso lo empiezas a trabajar desde un año antes”, afirma.
Cada integrante debe elegir el traje con el que saldrá durante el carnaval; en el caso de los hombres de la cuadrilla de charros, utilizan un traje que consta de tres piezas: pantalón, chaleco y chaqueta, además del sombrero y el moño o corbata.
“Y se utiliza una máscara que representa a una persona europea que lleva barba redonda con ojos, ya sea verdes o azules. Se usan dos pañoletas, una que cubre la cabeza y otra que cubre la espalda”, señala.
Originalmente, en Iztacalco había dos comparsas: la del Barrio de la Asunción y el Barrio de Santiago, y el traje típico era de “licenciado”; más tarde, en los años 2000, se sumaron las cuadrillas de charros, explica Carlos, para quien la declaratoria de los carnavales como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Ciudad de México es “un logro de personas que al igual que nosotros les encanta el carnaval y aman la tradición, y que empezaron a picar piedra hace unos 10 años”.