Tal parece que el anuncio de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo para que las oficinas privadas regresaran a la normalidad desde este lunes, fue un auténtico “llamado a misa” , pues para los vigilantes del World Trade Center “todos está igual que desde principios de año; nada cambió y llegan los mismos de todos los días”.
Sin embargo, para comerciantes de la zona, poco o nada ha cambiado con este supuesto regreso de los oficinistas, porque la pandemia del Covid-19 sólo modificó algunas costumbres, pues ahora los clientes usan cubrebocas y para ingresar a los edificios corporativos, además de exhibir la credencial de empleado, debe dejarse tomar la temperatura y tomar gel antibacterial.
Además, la rutina en los alrededores del antiguo Hotel de la Ciudad de México , donde están cientos de edificios corporativos, despachos, oficinas de gobierno y comercios, sigue casi igual que a principios de año, cuando poco a poco la zona retomó su cotidianidad, luego de permanecer semi abandonada casi un año a consecuencia del coronavirus.
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Desde las 7:00 horas, la estación Polyforum, del Metrobús, expulsa a cientos de oficinistas que arriban de diversos puntos de la ciudad y del Estado de México.
Ellos, con trajes a la moda, mochila al hombro o portafolio en mano, sin faltar el celular de última generación. Ellas perfumadas y maquilladas o haciendo esto en el último momento, zapatillas y botas, aunque rara vez se ve a alguna mujer con tenis y jeans para trabajar entre semana; eso es para los viernes de “casual day”.
Los más afortunados, los “seniors” llegan en sus vehículos, modelos recientes o con no más de dos años, visten trajes caros y reloj de pulsera de marca; los “importantes” tienen acceso a los estacionamientos de sus oficinas, los mortales tienen que dejar sus autos en la calle.
Aunque eso sí, sus lugares ya los tiene asegurados Don Cuco, el “viene viene”. A la mayoría los conoce de años, algunos de apenas unas semanas o meses, “pero ninguno nuevo, ¿qué va?, la mayoría son viejos conocidos”, comenta con tímida sonrisa el celoso y cumplidor vigilante callejero.
La vida antes de entrar a la oficina, comienza con el café y el desayuno banquetero, es casi fin de quincena, así que los tamaleros, los de canastitos de pan dulce con café, los taqueros y puestitos de fritangas, no se dan abasto para atender la demanda de los hambrientos oficinistas.
Porque la mayoría salen de madrugada de sus casas para llegar a tiempo, a veces con un café en la panza o un frugal desayuno, por lo que al llegar a la chamba, ya les volvió el aptito.
Aquellos que ganan más, abarrotan los restaurantitos y los cafés de moda, tienen para pagar 65 y hasta 80 pesos por un vaso caliente del “levantamuertos” –como le llaman al café--, pero los más inteligentes –o necesitados, según la óptica--, llevan sus termos que rellenan en las tiendas de conveniencia o de su casa, junto con su “lonche”.
Son las 8:00 horas y aún hay tiempo para hacer sobremesa en los cafés o en las barditas que sirven como bancas.
Las mujeres aprovechan para retocarse, cambiarse los tenis o las chanclas con las que viajan, por las impecables y limpias zapatillas que llevan en una de las múltiples bolsas que las acompañan, utensilios que parece no tener fondo, porque sirven de zapateras, porta lonches, guardarropa y de muchos otros tiliches.
La plática de hoy lunes, gira en torno a lo mismo: los milagros del fin de quincena, el dinero que no alcanza, las deudas del carro o del departamento, las reuniones familiares, las decepciones amorosas, los hijos, los tintes de pelo, los trajes nuevos, el estilo de zapatos, las corbatas caras, entre otros importantes temas.
Para las 8:45 horas, empieza el desfile para ingresar a su tormento, por lo que comienza el amontonadero que hay sobre la calle de Montecito, que por momento llega hasta Dakota; y algo similar ocurre en Filadelfia, por lo que las “bolitas” de empleados comienza a desperdigarse.
La mayoría de los elevadores del WTC, mientras sus vecinos parten hacia sus oficinas y edificios corporativos.
La entrada, salvo excepciones, es a las 9:00 horas, por lo que no quieren exponerse a ser reportados por llegar tarde, pues todos le tiran al bono mensual por puntualidad.
Cubrebocas, gel en la mano y hasta sanitizante hacen su trabajo antes de entrar a la oficina.
“Te voy a comentar algo Olga,
lo único que me queda claro de esta pandemia, es que ya no tengo que comprar perfumes caros. Ahora todos olemos a cloro y alcohol”, dice la regordeta muchacha a su compañera de trabajo mientras avanza lentamente para entrar a su oficina del World Trace Center.
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rdmd