Durante estos días estuve en Ciudad del Cabo para experimentar una inmersión profunda en la tradición productiva de la Sauvignon Blanc sudafricana. Hay algo, querido lector, que me vuelve loco de esta cepa en este fascinante territorio.
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Un viaje que comenzó en Francia
Si bien la Sauvignon Blanc tuvo su consolidación histórica en el oeste de Francia, en los territorios del valle del Loira y Burdeos, su origen exacto sigue siendo un misterio. Algunos especialistas apuntan a su relación con la uva Savagnin (Traminer), la base del mítico ‘vin jaune’ del Jura y una de las “variedades de uvas fundadoras”, según algunas de las más prominentes voces de la industria internacional.
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Lo que sí se sabe con certeza es que la Sauvignon Blanc se cruzó con la Cabernet Franc para dar a luz a la Cabernet Sauvignon. A Sudáfrica no está claro cuándo se introdujo la Sauvignon Blanc, aunque es bien sabido que las primeras vides comenzaron a propagarse exitosamente a finales de la década de 1880, en los terrenos de Groot Constantia. Las vides productivas más antiguas habitan en Klein Amoskuil, Swartland, desde 1965.
Hoy, gracias a su gran expresión sensorial y amplia capacidad para dar vida a todo tipo de estilos vínicos, la Sauvignon Blanc sudafricana representa más del 10 por ciento de la producción nacional total. De hecho, la superficie de viñedos de esta cepa ha venido expandiéndose agresivamente en Sudáfrica desde 2014, ganando poco a poco terreno a uvas como lo son la Chardonnay y el Chenin Blanc.
¿Cómo son sus vinos? Absolutamente diversos, gracias a la complejidad de climas y suelos que dominan el territorio sudafricano, y que permiten un desarrollo multidireccional de los frutos. Es cierto: la mayoría de los vinos de uva Sauvignon Blanc sudafricanos son secos y aromáticos, con acidez fresca y matices que se aproximan a los frutos tropicales, con tonos especiados y herbáceos, cítricos y minerales.
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Sin embargo, en este polo la cepa también se destina a la producción de vinos dulces naturales de alta calidad, generalmente aquellos denominados como botritizados.
Típicamente, los blancos tranquilos sudafricanos ofrecen aromas de toronja, pedernal, lima, melón, grosella, maracuyá, hierba verde recién cortada y pimiento morrón. Su expresión varía, sin embargo, de acuerdo a las condiciones de crecimiento de los frutos y técnicas de elaboración locales. Los Sauvignon Blanc fermentados en acero inoxidable persiguen el respeto por la fruta y la frescura característica de la cepa. Por el contrario, los fermentados en roble buscan suavizar la acidez y ganar profundidad y complejidad en los sentidos.
Hace algunos años Charles Hopkins, enólogo de De Grendel Wine Estate y una de las voces más influyentes en la escena local, dio en el clavo al describir los principales estilos de la Sauvignon Blanc sudafricana: una cepa que puede brillar en aromas de pera, manzana y flores blancas, ¡estéricos!; tonos tropicales, maracuyá, guayaba y cítricos, ¡tiólicos!; punzantes matices verdes, de espárragos, limoncillo y pimientos, ¡pirazínicos!; algas marinas, mineralidad y profundos recuerdos de vainilla, en los Sauvignon Blanc fermentados en barrica, o bien singulares tonos naranja, funky y fenólicos, en los Sauvignon Blanc naturales.
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Nuestro próximo encuentro será desde el Valle de los Sueños: ¡Franschhoek! Mientras tanto, le dejo una recomendación accesible para irse poniendo en modo Sauvignon Blanc.
*Carlos Borboa es periodista gastronómico, sommelier certificado y juez internacional de vinos y destilados.
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