Ya sea que persigan la fama, que busquen llenar mesas o simplemente robar el suspiro de un comensal al primer bocado, ningún cocinero quiere pasar desapercibido. La cocina es una herramienta que alimenta es generadora de emociones. Recordemos la escena de la película The Ramen Girl (2008), en la que Brittany Murphy hace llorar a sus comensales tras probar un bowl de ramen preparado por ella mientras lloraba.
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Lo cierto es que no a todos los cocineros les gusta el protagonismo. Algunos están felices detrás de los fogones y a otros les encanta salir en cuanta foto/serie/lista se pueda. En nuestros días, el trabajo viene con relaciones públicas incluidas. Sino, pregúntenle a todos los chefs que figuran en la lista de los mejores restaurantes del mundo. Para lograr un peldaño hay que salir, hablar, convivir y entre más activa sea su cuenta de Instagram, mejor.
Foto: Diana Féito
La antesala fue propiciada por el nombre del restaurante en el que me encuentro: Anónimo . En este local, cual relato de Lazarillo de Tormes, se le da un lugar preciado al vino. A tal grado que hay más etiquetas que platillos donde predominan los naturales, algunos “más funkys” que otros. Conviene ordenar por botella, pues una copa ronda los $300 pesos. Pero mi falta de quorum, me orilló a una copa de Zweigelt, de Burgenland, Austria (todavía no llega el aguinaldo).
¿Tu personaje tiene entradas? Sí y no hablo de alopecia. Ocho platillos tan distintos entre sí que van de jaiba suave, takoyaki coliflor o flat iron wagyu, forman parte del arranque. Mi señor interno me obliga a pedir una ensalada César. A la mesa llega un plato con una montaña de lechuga, empapada de aderezo y queso parmesano delicadamente rallado. No esperaba un mesero entrado en canas, ataviado con corbatín y que me preparara la ensalada en un bowl de madera, pero qué bonito ritual era aquél, ¿cierto?
Foto: Diana Féito
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La carta se encapricha con los carbohidratos y la pasta es una de sus especialidades. Orecchiette, coliflor y sardina, solecitos de short rib y alcaparras, y raviol de prosciutto y salsa napolitana, son algunas opciones, las últimas dos, las recomendaciones. Raviolis serán. Cinco piezas reposan en una salsa roja como la lava, llevan queso rallado y cinco hojas de albahaca. El bocado es re sabroso, pero costoso ($270). Fui advertida del número de piezas, pero el plato (delicioso no lo niego) apenas me sirvió para abrir el apetito.
La carga de carbos continúa con un apartado de pizzas . La white con crema, tocino, cebolla caramelizada y miel es tan bonita, que al ser postrada en la mesa, ésta se roba la mirada y el olfato de una transeúnte, al grado que siento que le va a robar el alma. Pero al morderla compruebo que el sabor sigue ahí y de manera explosiva. La pizza es ligeramente dulce, armónicamente salada y con una textura perfecta (nueva pizza favorita en la ciudad alert).
Foto: Diana Féito
Me salto el postre por desidia, pero la tarta de blueberry y cebolla caramelizada, y el calzone de ate de membrillo y guayaba rosa, son las opciones más atractivas de la carta. Por cierto, no le cuento más del chef porque aunque el anonimato es un juego de apariencias, prefiero concentrarme en la comida.
Anónimo
Dirección: Atlixco 105, Condesa, CDMX.
Horario: lun.-sáb. 13 hrs.-23 hrs., dom. 13 hrs.-20 hrs.
Teléfono: 55 3709 9049
Costo promedio: $750
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