La cocina mexicana que se hace en Limosneros tiene algo particular. Su inicio, a diferencia de muchos otros restaurantes situados en la CDMX, viene de la tierra.
En la cabeza y la cocina de Atzin Santos, la creatividad gira en torno al ingrediente . Pero no se trata de cualquier ingrediente , si no de aquellos que nacen en Ome, el huerto en el que este chef ve nacer y crecer hortalizas y vegetales.
Foto: El Universal / Édgar Silva Fuentes S.
Desde su banco de semillas, este proyecto, que hoy se llena con frutas, verduras, flores y todo tipo de hojas verdes, distribuye a Limosneros y muchos otros restaurantes reconocidos de México. Es la puerta de la inspiración que permite plasmar platillos que obedecen al factor más importante: la temporalidad de sus cultivos.
El tiempo, el cuidado, el respeto y el amor por cada uno de los productos que llega a la cocina de Limosneros es lo que se refleja en el menú. La carta cuenta con diferentes secciones. Entre tacos, entradas, platillos de mar y de tierra, la calidad es protagonista.
La constante es clara: se incluyen preparaciones sofisticadas de recetas de la gastronomía tradicional mexicana, que se han convertido en cocina de vanguardia. El reto para Atzin es convertir esos sabores que el comensal lleva registrados en su memoria en algo que lo sorprenda. A través de técnicas distintas, de modificar texturas, presentaciones y experimentar hasta lograr la perfección, para que una comida en un imponente edificio histórico de la CDMX se transforme en toda una experiencia.
Foto: El Universal / Édgar Silva Fuentes S.
La oferta culinaria se completa con el maridaje. La cava cuenta con más de 100 etiquetas de vino nacional e internacional bajo la curaduría de Juan Pablo Ballesteros, cuarta generación al frente del icónico Café de Tacuba, un sommelier y sibarita que hace mancuerna con Atzin para encontrar la pareja perfecta para cada bocado del menú .
Foto: El Universal / Édgar Silva Fuentes S.
La intención de la cocina que llega a las mesas de Limosneros es clara: encontrar la esencia del ingrediente, pulir su potencial hasta convertirlo en un diamante comestible que cautive a los sentidos y evoque recuerdos, sin olvidar los toques de innovación que permitan crear nuevas memorias.
Foto: El Universal / Édgar Silva Fuentes S.
Desde el diseño interior de un inmueble con más de cuatro siglos de historia hasta la creación de vajillas específicas para asegurarse de lucir cada platillo, se trata de un oasis de paz y deleite entre el bullicio del centro de la ciudad. La atención al detalle hace del lugar un espacio que envuelve los sentidos. Es una vivencia digna de repetir.
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