Mientras camino interrumpo el baño que está recibiendo la calle a golpe de cubetadas y trazos de escoba. Levanto la mirada y observo un juego de sombras en los edificios barrocos y art decó que pondrían celoso el lente de cualquier fotógrafo (véase Juan Guzmán ). El resonar de las llantas sobre los adoquines y una que otra canción proveniente de un organillo musicalizan mi trayecto. Seguramente ya sabe en qué parte de la ciudad me encuentro.
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Estoy dispuesta a esperar al menos media hora para ingresar al lugar. sin embargo, tras un “yo le aviso”, cinco minutos más tarde, obtuve un par de bancos en la barra. A mi derecha un hombre solitario parte un bistec, le agrega huevo, papas fritas y lo lleva a la boca, repite el proceso hasta dejar el plato vacío con algunos sorbos de café. En la carta hay doce platos que “se sirven a toda hora”, él pidió el número uno, yo me fui por el seis: enchiladas verdes.
Mientras escucho el clinc clinc de los cubiertos cayendo sobre la canasta, el trac de las tazas siendo apiladas y la gata bajo la lluvia en voz de la Durcal, ordeno un lechero. Con la mano derecha, y gran habilidad, la mesera sirve algunos mililitros de un concentrado de café en un vaso alto, y con la izquierda lo rellena con leche. Terminado el espectáculo, se acerca una charola con niños envueltos, conchas, ojos de buey y astorgas, por mencionar algunas piezas de pan .
La mesera nos deja un par de bisquets que partimos y saboreamos como niños con el lechero. ¿Les suena a nombre de restaurante con nombre de conocido presidente que gobernó por ahí de 1920? No es coincidencia. Gracias a la gran comunidad china que habitaba en la ciudad, entre la década de los 30 y los 40, nacieron los cafés chinos . Espacios donde inicialmente se podía comprar pan y café por unos cuántos centavos, y que después se convirtieron en repositorios de una peculiar mancuerna gastronómica china y mexicana.
- Se le denomina pan chino, al pan que es elaborado con las técnicas antiguas chinas de amasado que trajeron los inmigrantes que llegaron al país a finales del siglo XIX.
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A la mesa llegan mis enchiladas verdes con frijoles refritos, se le suma una sopa azteca de mi cómplice culinario. Su extravagante elección, al ser las 10 de la mañana, me revela el éxito de este local: pida lo que se le antoje a la hora que se le dé la gana. ¿Por qué seguir convencionalismos sociales? Al diablo con Carreño. Este lugar abre 22 horas al día. Antes eran 24, pero los estragos de una larga pandemia lo modificaron.
Mi plato bien, sabor casero y cumplidor. La salsa ligeramente acidita nada picosa es la encargada de bañar dos tortillas rellenas de pollo, cubiertas con crema de rancho y queso fresco rallado. Pero al comparar mi platillo con el de algunos comensales, me entero que los “paquetes económicos” (de donde elegí mi plato) son porciones más pequeñas. Desquito con un bolillo que termina patinando sobre lo que quedó de la salsa.
Me niego a irme sin postre. Leí sobre su famoso pastel de tres leches, pero el flan luce espectacular, y al primer bocado lo compruebo. Firme, azucarado y con suficiente caramelo para despertar mis endorfinas.
Olvidé decirle el nombre: Café La Pagoda, y de chino no tiene nada más que una suerte de biombo con un par de dragones en el baño y claro, su pan. Todo el menú es típicamente mexicano. Sin embargo, merece una visita al ser uno de los cafés chinos más antiguos de la ciudad, el cual resguarda cientos de historias bajo el nombre de Café París (antes ubicado en Gante).
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Café La Pagoda
Dirección: Av. 5 de Mayo 10-F, Centro Histórico, CDMX.
Horario: lun.-dom. 07:00 a 04:00 hrs.
Costo promedio: $250.00
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