En la esquina de Monterrey y San Luis Potosí se esconde el secreto mejor guardado de la Roma. Su artífice lleva por nombre Tyler, pero aquí no se pelea, se come y se come delicioso. A modo de speakeasy , no hay letreros que indiquen el lugar, pero sí un timbre que debe ser accionado. Con suerte, encontrarás mesa. De no ser así, una llamada anuncia tu turno. El tiempo de estancia es de dos horas y abren a las dos de la tarde, por lo que llegar en números pares —2, 4 ó 6— es buena idea.
Ingresamos en treinta minutos. Dos pisos arriba, la escena es peculiar. En la terraza hay humo, libros, mesas altas, hamacas y lámparas colgantes. Del lado izquierdo está la cocina abierta donde se despliegan flamas, charolas, molcajetes, ingredientes y más salsas de pescado de las que puedo contar. El volumen de la música aturde, pero el aire huele a carne, pescado y vegetales asándose a la parrilla, lo que orilla a ver el menú de papel pegado en una que otra pared.
Encontrarás ocho platillos, brillantemente ejecutados. ¿Qué ordenar? Todo, de ser posible. Pedimos la ensalada som tum, y un plato hondo con ejotes amarillos, camarón seco, cebollín, mango, cacahuate, menta, pepino, chile, y mucho aderezo de salsa de pescado con tamarindo llega a la mesa. Yo la titulo: mi primer crush o cómo reivindicar las ensaladas. Para bajarla, hay vino y un daiquirí de mezcal inspirado en Nueva Orleans (que atarantan al primer sorbo), pero unos tragos de cerveza bien fría funcionan a la perfección.
Le siguen las costillas “chilosas” como dirían en mi tierra materna, a.k.a. Jalisco. Dos hermosas y pequeñas costillas bañadas en una pasta de curry rural mexicano con miso rojo (según refiere la carta), son escoltadas por una ensalada de bok choy. Pensé que el amor del primer tiempo era pasajero, pero una mordida a la carne me hizo ver el error. Suaves, crujientes, estimulantes, obscenamente deliciosas. Ni los altos decibeles de la música logran borrar la enorme sonrisa de mi rostro.
Siguiente plato, pero antes… otra cerveza. Hay que formarse en la caja para ordenar y la indecisión de los comensales nos arrebata 7 minutos de temperatura del arroz frito “chingón”. Del wok salió la siguiente mezcla con pato, huevo, jengibre, salsa de frijol amarillo fermentado, hierbas y crujientes. Es intensamente aromático y sabroso. Rebasa un poco en aceite, pero la cheve corta la grasa, al menos eso me repito a mi misma cada vez que lo recuerdo.
De postre hay galletas y leche, pero tengo una cerveza que terminar. Así que disfruto la terraza mientras escucho la música “pinchada” en vivo. De las tornas salen sonidos funkys, tropicalones que aderezan bien el concepto. Aunque no soy la única que se queja del volumen, en la mesa contigua opinan lo mismo, pero nadie escala el tema. La verdad es que, si tuviera que escuchar duranguense, me sacrificaría.
Si le apetece comer bien y está dispuesto a esperar, agende un sábado o domingo y vaya, pero por favor no le diga a nadie.
Dirección: Monterrey 194, colonia Roma, CDMX
Horario: sáb. a dom. 14-22 hrs.
Promedio: 350 pesos
Instagram: @choza_cdmx
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