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Sofía Casarin
estaba estudiando en Londres cuando conoció a su socio Francisco Musi : juntos emprendieron Tamoa, un proyecto que busca maíces criollos en el campo mexicano para difundir su sabor, su valor cultural y comercializarlos en México, Europa y Estados Unidos.
“Me he dedicado a la curaduría y a la consultoría de proyectos culturales e hice una maestría en arte y política; eso fue parte de lo que me amarró con el maíz , porque también es política. Cuando conocí lo que está sucediendo con la comida mexicana en el extranjero , el boom que están teniendo y lo que está sucediendo con la tortilla fuera de nuestras fronteras, quise ver lo que estaba sucediendo con la tortilla adentro. Siempre me han interesado los trabajos comunitarios y siempre he comido maíz , soy la más taquera y antojadiza”, cuenta.
Con su socio, cuya familia estaba involucrada en el negocio de las taquerías, Sofía se regresó a México y comenzaron los roadtrips en búsqueda de maíz para procesarlo y poder enviarlo a los restaurantes que lo demandaban fuera del País.
“El maíz es el elemento primordial para todos en México. La idea primera del proyecto es investigación; hay algo que está sucediendo, hay un patrimonio en crisis, un maíz de calidad extraordinaria que no podemos consumir y que no estamos consumiendo y existe una situación en comunidades agricultoras en el País donde el trabajo del campo es una labor menospreciada”.
México es el hogar de aproximadamente 60 diferentes variedades de maíces criollos nativos, únicos en el mundo, que en conjunto representan un patrimonio diverso que se encuentra enraizado en lo más profundo de la identidad mexicana.
“La problemática del maíz en México es muy compleja pero creo que una de las grandes dificultades es la homogeneización. Pensar que el maíz es una sola cosa provoca muchísimos más problemas," señala.
Al tocar las puertas de los campesinos en diferentes comunidades rurales del País, conocer sus milpas y comer de sus mesas, Sofía se dio cuenta de la enorme diversidad que se encuentra creciendo en suelo mexicano y de la importancia del trabajo de las comunidades rurales en la salvaguarda de estas semillas deliciosas y de las tradiciones construidas alrededor de ellas, en especial el valor de la mano femenina.
“La mujer con el maíz tiene un papel maravilloso y muy antiguo. Hay muchas evidencias que señalan que la mujer fue fundamental en la domesticación, selección de semillas y en la mejora de diversidad, además de que ellas fueron las responsables en transmitir el conocimiento adquirido además de la preparación del nixtamal y de las tortillas. La mujer es clave en todo este proceso”.
Después de más visitas a productores, ferias, cursos especializados, investigación y mucha pasión, Sofía y Francisco lograron tejer un sistema que les hiciera posible la comercialización de estos maíces criollos de la manera más responsable y donde el trabajo comunitario y las necesidades de los campesinos fueran la prioridad.
“Al principio tuvimos muchos cuestionamientos, dudas y debates internos. Me llegué a cuestionar y a decir “Quizás esto no nos corresponde y hay que dejarlo, no queremos ensuciar más este patrimonio ¿Cómo yo voy a saber que el dinero es bienestar para la comunidad?”, pero llegamos a la conclusión de que sí hay una manera de comercializar. Nosotros no queremos usar el término comercio justo porque lo que es justo para una comunidad no es lo justo para otra," asegura.
Sólo comprando los excedentes de producción, teniendo en cuenta la extensión de la milpa, el rendimiento, la cantidad necesaria para el autoconsumo, y las necesidades de la comunidad, fue que Tamoa comenzó con la comercialización de variedades criollas del Estado de México, Puebla, Morelos, Tlaxcala, Nayarit, Oaxaca y Ciudad de México a diferentes restaurantes en México, Estados Unidos y Londres.
“En un principio nos dio mucho miedo pensar que pasara algo como lo de la quinoa en Bolivia , que los campesinos empezaran a vender el maíz que consumen y joder más que ayudar. Pero fuimos muy ingenuos. Las comunidades tienen estos maíces porque les gusta comerlos. Muchos de ellos han tenido la oportunidad de dejar de cultivarlos y no lo han hecho porque tienen un vínculo muy estrecho con la planta”.
El inventario de Tamoa cambia cada año según la disponibilidad de las cosechas y es sumamente limitado, el del 2018 cuenta con aproximadamente 8 razas y 20 variedades en las cuales se ve reflejado el trabajo de la comunidad productora.
“Nos interesa conectar al restaurantero con el campesino, que se conozcan ambos y que se impulsen programas de responsabilidad compartida y de inversión antes de la siembra. Nuestra idea no es sólo que el maíz salga de México si no que también se quede.
Los restaurantes, fondas, tortillerías y taquerías del país no están demandado este maíz y queremos ser parte de ese proceso de difusión de la riqueza del campo y de la sensibilización del consumidor”.