Primera columna del año: el precioso momento en que retomamos nuestra querida relación vínica.

He de confesar, querido lector, que había dedicado estos días a enlistar etiquetas que le permitieran seguir recorriendo los caminos de la vid durante la pesada cuesta de enero. Créame, las próximas entregas estarán colmadas de recomendaciones y sugerencias con perfecto balance sensorial, amplia capacidad de armonización y mínimo costo. Hoy, vamos a explorar un rumbo distinto.

Hace un par semanas decidí darme una vuelta po r La Hacienda de Los Morales , espacio gastronómico que desde 1967 ofrece una singular visión de la cocina mexicana . Tan sólo en 2018, la Hacienda fue mi parada en una veintena de eventos y degustaciones asociadas a los vinos de España, Croacia, Uruguay, México... Sin embargo, hacía mucho que no me sentaba en alguna de sus mesas para simplemente comer y beber. Así, sin más. La experiencia fue sorpresivamente placentera.

Para cualquier fanático del vino , La Hacienda de Los Morales ofrece una divertida particularidad: la posibilidad de experimentar con caldos del Viejo y Nuevo Mundo, al compás de humildes y generosos sabores nacionales. En otras palabras, echarle diente a guisos de casa, picosos y especiados, de esos que reviven memorias junto a toda clase de fermentados de uva. ¡Sí!, en estos tiempos, en los que todo viene acompañado de motes como “contemporáneo” o “de autor ”, disfrutar un buen chilito relleno de picadillo con un blanco, rosado o espumoso adquiere gran relevancia, ¿A poco no?

Ahora bien. Si hablamos de etiquetas nacionales, este recinto es doblemente excitante. Confirmaba un par de cifras con Jairo Melchor y Jorge Agraz, sommelier y director de restaurante de La Hacienda: “más del 50 por ciento del vino que se sirve en las mesas del restaurante, es mexicano” . Este aspecto, lógicamente, ha obligado a la integración de un nutrido y diverso grupo de opciones vínicas, en el que pueden hallarse grandes y consolidadas casas productoras, pero también pequeñas vinícolas que hoy presumen su constancia y calidad productiva. Un aspecto importante, especialmente para un comedor que bien podría ser catalogado como embajada culinaria de esta Ciudad. Lo digo firme y claro.

“Carlos, ¿qué probaste que fue tan relevante?” Después de gorditas de cochinita pibil, pechuga de pato con frambuesas y un tazón de crema de calabaza de castilla, de esas que gritan “mamá” a cucharadas, me entregué a la experimentación junto a un picante y dulzón plato de romeritos con mole. El ensayo apuntó a cinco etiquetas nacionales : un espumoso seco del Valle de Guadalupe; un Chardonnay joven de Parras, Coahuila; un Chenin Blanc cosecha tardía, también bajacaliforniano; un rosado de Cabernet Sauvignon y un tinto de la misma uva con 12 meses de roble, ambos de Coahuila. Todo, por extraño que parezca, funcionó a distintos niveles; refrescando, exaltando, neutralizando, abatiendo… Una mesa lúdica siempre será digna de contar.

$ 280.00
VID MEXICANA
Casa Madero Chardonnay
Zona de producción: Valle de Parras, Coahuila, México.

Vista: paja pálido, limpio y brillante.

Nariz: cítrica, elegante y fina, con tonos de piña madura, fruta tropical y almendras. Un vino franco, de excepcional limpieza.

Boca: blanco untuoso, sabroso, con acidez vibrante, buen equilibrio alcohólico y largo final frutal.

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