Me encomendaron la tarea de escribirle de barbacoa. Difícil asignatura, pues aunque estos tacos no aparecen en el más reciente ranking de Taste Atlas, ni los de suadero o tripa, el de barbacha es de mis favoritos. Tras probar distintos tacos en la CDMX, he sufrido varias decepciones. Sin embargo, me fui a explorar un par de puestos en mercados y dos en calle, y solo uno de ellos ganó este brevísimo encuentro.
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Cual cartel de lucha libre, primero les contaré de unos que sirven para entretener el hambre, antes de presentarle el estelar. El primero llegó a mis oídos a causa de un “influencer” de comida que tiene una extraña obsesión con los peluches. Con poca credulidad, me dirigí al mercado de la Narvarte: tacos pobretones y desabridos.
El segundo se ubica afuera de una popular iglesia en la colonia Condesa. Cuestiono si la popularidad se debe a los tacos o a los feligreses, pero siempre está lleno. Acudí con muchas expectativas, pero la sal, el limón y la salsa, entraron “al quite”. Desde el lado positivo, los tacos estaban bien servidos y el consomé se defendía, pero no fue una experiencia religiosa. Prueba irrefutable de que las filas no siempre dan fe de calidad.
Tras dos luchas y sin matches relámpagos, llegamos a la estelar. La que llena la arena y hace que el público se levante de su asiento y grite a todo pulmón. Solo que a mí se me hizo temprano y el puesto apenas se estaba terminando de preparar. ¿Ya abrieron? pregunté. “Claro, pásele, si quiere, ahí a la barra”. Y cómo rechazar la primera fila, desde donde se vislumbra la humeante barbacoa, el tac tac del cuchillo sobre el tronco de madera y donde toman temperatura las sábanas de maíz.
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“Dos de espaldilla, uno de panza y consomé”. Durante la espera, observé detenidamente al maestro taquero detrás de la barra, quien escogía, cortaba, y arropaba la carne, para luego limpiar su lugar de trabajo y comenzar de nuevo. El consomé provenía del infierno mismo, así que, mientras se enfriaba, di paso a los tacos. Una pintada de salsa roja, gotas de limón y pa´ dentro. Gozo total.
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Ya me sentía del bando ganador, hasta que llegó “un indio de Hidalgo”. Así se presentó el hombre, quien llegó saludando a todo el puesto. Se sentó a mi lado y pidió que le sacaran la cabeza para ordenar un par de tacos de cachete, otro campechano, su consomé y una cervecita para bajar todo (aquí no se le juzga a nadie). Me sentí como cuando un luchador profesional le aplica una doble nelson a un novato, pero aprendí la lección.
*Diana Féito es periodista gastronómica, apasionada por descubrir historias. Siempre la encontrarás comiendo algo rico.
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