Nunca habría pensado iniciar esta columna recordando la frase que dicta: “el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano”. La avalancha de críticas vertidas sobre Viñedos Don Leo y su Cabernet Sauvignon Gran Reserva 2013 me obligan a hacerlo.
La noticia incendió las redes sociales: “ Don Leo Gran Reserva 2013 galardonado con el Trofeo al Mejor Cabernet Sauvignon del Mundo 2020 en la más reciente edición del Concours International des Cabernets, campeonato de vinos organizado en alianza con la Union de la Sommellerie Française”. Un par de horas bastarían para desatar la polémica entre “conocedores del vino”, de esos que lanzan pedradas desde la seguridad de Facebook, de esos que aseguran que bodegas como Don Leo, o El Cielo, o Casa Madero, o Encinillas, o Monte Xanic, o LA Cetto, o Norte 32, o Los Cedros, o Roganto, o Santa Elena, o cualquier otro connacional para ir más pronto, compran las medallas y premios en los concursos internacionales, de esos que son incapaces de reconocer que la industria mexicana puede estar a la altura de las grandes potencias vitivinícolas del mundo.
Déjeme contarle, querido lector, que he probado el Gran Reserva de Don Leo tres veces en los últimos 12 meses; en octubre, diciembre y apenas mayo. Conozco muy bien la bodega, planificada minuciosamente desde el imaginario de sus creadores, respaldada por un viñedo propio en el corazón de Parras, fundamentada en la tecnología, el respeto por el terruño y el saber hacer de uno de los más versados enólogos de México, Paco Rodríguez. Una y otra vez he constatado la calidad de esta etiqueta en particular, no sólo en la añada referida sino en cosechas previas. Sabiendo todo esto puedo decirle que el vino es realmente excepcional y, sin lugar a duda, una de las más alucinantes expresiones vínicas que hoy se producen en nuestro país.
Que si es o no el mejor Cabernet Sauvignon del mundo … Desde mi figura como catador y organizador de un concurso puedo decirle que los premios siempre están ligados a un sinfín de variables: a la sesión de cata el vino llegó en absoluta plenitud, se analizó en el momento correcto, por un panel de jueces que fue capaz de entenderlo a profundidad, en el tiempo y forma justa. Ahora bien, también hay que decir que se trató del mejor exponente de un grupo de exponentes, entre los que participaron etiquetas de 25 países, todas ellas de igual valor productivo. Que si está a la altura de los más grandes vinos de culto de Burdeos, California o Chile, eso es un tema aparte.
Concluiré afirmando. Este premio da visibilidad a México, a todos los sectores que integran su industria vitivinícola, a todas las manos que trabajan la tierra, que cosechan, transforman, embotellan, distribuyen y educan en torno al vino mexicano. Debe, y lo digo convencido, ser un profundo motivo de orgullo por lo propio, un reconocimiento al buen hacer local y una lección de respeto y celebración al éxito de los nuestros quienes, finalmente, somos nosotros mismos.
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