Los restaurantes volvieron a abrir. Esta vez solo al aire libre, con un horario más restringido y código QR obligatorio. Sin teléfono, no hay comida. No sabemos hasta cuándo estarán dichas medidas. Lo cierto es que desde las siete de la mañana uno puede sentarse a comer en la calle y ¿echarse un trago?
Del alcohol no se ha hablado, pero con la ley seca, eso de beber antes del mediodía ya no suena tan mal.
UN COMENSAL CONSCIENTE
Quizá la apertura haga la diferencia en la industria, pero quizá no. Entre el bacalao y la rosca de reyes, los contagios incrementaron así como también el sentimiento. Al menos para quienes tienen familiares internados o fallecidos. Los chefs y restauranteros abogan porque sus establecimientos no son medio de contagio, pero qué hay del comportamiento del comensal. De eso nadie habla.
UN POCO DE EMPATÍA
El servicio es tema aparte. Buscamos la experiencia de salir a comer para sentirnos normales, pero nuestro meser@ no siempre tiene un buen día y ¿cómo culparlo? El sube y baja emocional por el que seguimos atravesando nos debería hacer más humanos. Pero también deseamos algo a cambio por nuestro dinero, especialmente en una época donde salir a comer representa un lujo.
Los puestos callejeros siguen —y seguirán— operando. Su esquema del día a día no les permite cerrar o ausentarse por enfermedad y cada vez más gente se refugia en ellos. Con fondas o changarros operando a aproximadamente 30% de capacidad, la calle se vuelve más atractiva y menos costosa.
Pero ¿cómo regularlos? Si los impuestos que deberían pagar podrían llegar a los bolsillos de funcionarios públicos corruptos. Y qué decir del posible contagio.
EL OPORTUNISMO DE LAS APPS
El delivery se cuece aparte. Han pasado más de 10 meses desde el inicio de la cuarentena y las apps de delivery continúan sangrando al restaurante y al comensal. Y a unas semanas de implementar la ley que prohíbe plásticos de un solo uso, el unicel y el aluminio continúan circulando sin restricción alguna.
La pandemia sacó a la luz los errores de nuestro ecosistema gastronómico. Desde los bajísimos salarios, la falta de regulaciones y los actos de corrupción hasta la nula sustentabilidad de los locales o el pésimo trato a los clientes.
Ya pasó Navidad, pero mi carta para este 2021 es que el cierre de 13,500 restaurantes en CDMX sea una lección al mundo de la restauración.
¿Usted qué opina? Me gustaría leerlo, écheme un correo. Por lo pronto, si le salió el muñequito en la rosca, no se haga, ponga el ejemplo y vaya apartando los tamales para el 2 de febrero. En la foto les dejo un maravilloso sándwich de pollo frito de un local nuevo llamado Frito y Cruel (Colima 76, col. Roma Norte).
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