Estuve en Casa Vigil unos días antes de la primera entrega de estrellas Michelin en Argentina, en la que se reconocieron a restaurantes de Buenos Aires y Mendoza. Sin saberlo, comí, bebí y viví la experiencia de estar en un restaurante reconocido con dos estrellas Michelin, una verde que premia la política sustentable, y hasta platiqué con su dueño: Alejandro Vigil, a quien llaman “El diablo” o “El Messi del vino”; para mí fue el “rockstar de Mendoza”.
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Lo digo porque los comensales no sólo visitan el lugar para comer y beber rico, asisten a Casa Vigil para conocer a Alejandro, tomarse fotos con él y tener su autógrafo. Sin duda, él es un showman que no sólo sabe de vino y gastronomía, también sabe cómo conducir experiencias y negocios.
Alejandro Vigil es ingeniero agrónomo, egresado de la Facultad de Ciencias Agrarias de Mendoza; además de tener dos maestrías en Enología e Irrigación. Fue nombrado en julio de 2007 director de Enología de Catena Zapata, etapa en la cual, la bodega fue nombrada New World Winery of the Year por la revista Wine Enthusiast, así como otros reconocimientos que lo catapultaron a él y la bodega donde trabajaba con la familia Catena.
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Vigil creó en su casa, ubicada en Videla Aranda, en Maipú, Mendoza, un viñedo, pero no sólo eso, sino un espacio que ofreciera toda una experiencia sensorial.
A este páramo lo llamó “Chachingo”, un término mendocino para referirse a un sitio lejano. En este lugar además de los viñedos y huertos que abastecen el restaurante, también creó un “infierno” inspirado en la Divina Comedia de Dante Alighieri.
La bienvenida es con una copa de vino en mano mientras recorres el pasillo en donde se asoma el viñedo por ambos lados y llegas al huerto, el cual es muy instagrameable. A un costado se encuentra la casa de la familia Vigil y al fondo, el restaurante, distinguido por sus vitrales de colores que iluminan las mesas por efecto del sol.
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Para abrir apetito me ofrecieron el pan de la casa acompañado de aceite de oliva, que también se produce en Casa Vigil. En seguida, comenzaron a presentarme todos los vinos, todos los enemigos de la casa. Me indicaron que podía irlos probando en el orden que quisiera: tanto blancos como tintos.
Antes de entrar al restaurante a comer, el enólogo y Constanza Hartung, la export manager del lugar, me guiaron por el “Infierno” en donde está la cava, un espacio rodeado de arte.
Finalmente ascendí al cielo, la entrada al restaurante. Pedí un menú de 3 tiempos, pero antes, el mismo Alejandro Vigil me ofreció una empanada de osobuco con la receta familiar de su abuela, la carne simplemente se deshacía en la boca. Elegí una empanada de humita, costilla acompañada de un Malbec y un volcán de chocolate semiamargo.
Cabe decir que también probé las cervezas locales Chachingo. Degusté un par dulces, afrutadas y aromáticas, bastante ligeras y frescas para el calor que hacía, pues viajé en plena primavera en Argentina.
Vigil iba de mesa en mesa ofreciendo vino o cervezas mientras le pedían una foto o que firmara las etiquetas de los vinos que los comensales compraban en la tienda del lugar.
Las pocas palabras que compartí con él, me di cuenta que el “rockstar de Mendoza” tiene una visión de los negocios admirable y un carisma y energía positiva que contagia. En el terreno de su casa familiar, donde están creciendo sus hijos, creó un suelo fértil que da vinos, cervezas, aceite de oliva, flores comestibles y más que eso, que deja no sólo la panza llena, sino también el corazón contento.
En mi paso por Mendoza, que sólo fue de tres días, comí en varios lugares donde amé mucho la gastronomía de la “Capital del vino”, pero definitivamente Casa Vigil fue el que más me impresionó por todo, es un lugar único como su creador.
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