En nuestro último encuentro le platicaba acerca de Texas y sus valles vitivinícolas. Es sorprendente como este estado logró posicionarse en tan sólo 40 años como el quinto productor de vinos de calidad en los Estados Unidos.
Le decía también que Texas es sinónimo de diversidad. Como muchos otros países y regiones emergentes del vino, incluido México, Texas es un universo de cepas, estilos, colores, texturas, aromas y sabores que poco a poco se van definiendo… Nada está escrito, todo es literalmente posible, ¡créame!
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Platicaba con John J. Rivenburgh, fundador y winemaker de Kerrville Hills Winery, y vicepresidente de la Texas Wine Growers Asociación, acerca del potencial productivo local. John me explicaba la forma en la que esta industria basada en la hospitalidad y la agricultura logró transformarse en un sector que hoy reúne a casi 450 auténticos productores texanos, cuyas bodegas reciben más de 2 millones de visitas cada año y cerca de 685 millones de dólares en derrama enoturística directa anual. Realmente, Texas es un gigante que nadie está viendo venir.
Pero vayamos a los vinos probados. La primera gran sorpresa fue un Pét Nat de Grenache, Cinsault y Mourvèdre, vinificado en William Chris Vineyards. Usted sabe que no soy fan de los pétillant naturel, sin embargo, este ejemplar presentado por Andrew Sides, me pareció extremadamente bien logrado: fresco, con acidez vivaz, astringencia amable y absoluta limpieza. No es común hallar Pét Nat limpios, que ofrezcan aromas primarios más allá de rusticidad y suciedad envueltos en una bandera “funky”.
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Después vinieron dos vinos de corte tradicional muy sorprendentes. El primero fue el Vermentino 2021 de Rivenburgh Wine, cuya fruta procede de High Plains, la región responsable del 70 a 80% de la producción total de Texas. Un Vermentino que grita altitud y amplitud térmica en los sentidos, filtrado naturalmente por precipitación, con acidez vibrante, matices cítricos marcados y gran longitud. El segundo, Château White 2022 de la bodega Château Wright, un ensamble de uvas Roussanne, Marsanne y Viognier procedentes del Oeste de Texas. Platicaba con James R. Smith acerca de sus intensos aromas de miel y flores blancas, con recuerdos de piña, cáscara de limón y frutos blancos; él mencionaba descriptores herbales, bien característicos de esta zona ubicada en pleno Desierto de Chihuahua.
Picnic Orange Muscat y Picnic Midnight Touriga Nacional se unieron a la degustación de la mano de Ricky Taylor y Katie Jablonski, propietarios de Alta Marfa Winery & Vineyard. A mí juicio mucho mejor logrado el Muscat naranja, con extraordinarios matices de cacahuate y queroseno fundidos con piña, cáscara de limón y miel, sin tonos oxidativos desagradables. Para la Touriga Nacional me parece que hace falta tiempo y mejor adaptación al terruño local.
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Terminé con dos ensambles de corte europeo. Château Wright Heraldic Red 2020, Grenache, Tempranillo y Petit Verdot con 20 meses de barrica de roble húngaro, bien amplio, profundo, hiperfrutal y elegante en nariz. Y Hunter 2020 de William Chris Vineyards, mezcla de Cabernet Sauvignon, Malbec y Merlot con entre 12 y 20 en roble francés, potentísimo, con taninos sedosos y elegante nariz. También pude probar el Kerrville Hills Winery Tannat 2021 pero esa, querido lector, será otra historia.
* Carlos Borboa es juez global de vinos y destilados.
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