Septiembre obliga a hablar de México , de su actualidad vitivinícola y excepcionales etiquetas. Hace algunos días recibí una pregunta en pleno servicio en sala: “Carlos, ¿por qué amas y defiendes tanto al vino mexicano ?”. ¡Porque realmente creo en él!, respondí, ¡en su impacto económico, social, turístico, alimenticio…!
Pero dejemos atrás posturas nacionalistas y románticas frases editoriales. El vino mexicano es una realidad comprobada desde hace tiempo y su industria, incluso en tiempos de pandemia por coronavirus, seguirá creciendo exponencialmente gracias a su consistencia en calidad, diversidad de estilos y accesibilidad. ¡Sí!, es momento de sacarnos de la cabeza que TODO el vino mexicano es imperfecto y que no guarda una idónea relación precio-calidad.
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Las cifras lo confirman. Hoy, 14 estados de la República producen vino oficialmente: Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Coahuila, Durango, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León, Querétaro, Puebla, San Luis Potosí, Sonora y Zacatecas, sin mencionar a otros territorios que realizan experimentación en torno al cultivo de vitis vinífera. La industria nacional genera empleos para más de 500 mil jornaleros, posicionándose como la segunda fuente laboral en el sector agrícola, tan sólo después de la hortofruticultura. Las inversiones continúan confirmando que, como nunca, el mercado mexicano esta dispuesto a la exploración vínica. Y el número de hectáreas productivas, dirigidas a la obtención de etiquetas de calidad, continua en aumento; de acuerdo con datos del Consejo Mexicano Vitivinícola a agosto de 2020, hoy México reúne 37 mil hectáreas de viñedos, de los cuales cerca del 12.5 por ciento está dedicado exclusivamente a la confección de vinos.
Ciertamente, la industria mexicana también ha logrado hacer consciente su enorme potencial y adjudicarse un lugar preponderante en la mente de los consumidores nacionales. Leía que, de acuerdo con cifras de Amazon, la categoría vino mexicano fue la más vendida en canales digitales de todo el territorio nacional en los últimos meses, superando como nunca a las etiquetas de importación. Eso, querido lector, también es digno de aplaudir.
¿Qué hace falta? Seguir consumiendo, por cualquier medio posible. Confiar en los proyectos gastronómicos que han abierto sus puertas y que esperan, con innovadores y exigentes protocolos sanitarios, el regreso de sus comensales. Apostar por todos aquellos canales digitales de distribución que reúnen ofertas vínicas variadas y accesibles, con un equilibrado enfoque entre lo propio y lo foráneo. Hacer del vino un pretexto de encuentro social. Incluir a las etiquetas mexicanas en cualquier celebración, más allá de los coyunturales festejos septembrinos. Volver, cuando la situación lo permita, a recorrer las rutas vitivinícolas y desarrollos enoturísticos de Baja California, Coahuila, Guanajuato, Querétaro y Aguascalientes, grandes pilares en la consolidación de la industria nacional. ¡Creer, como nunca, en México!
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