Sábado.
Quince kilómetros nos separan del destino. Las ruedas del auto giran lentamente. Los edificios se transforman en árboles, el pavimento en sólidos pedazos de tierra y el termómetro disminuye al menos un par de grados. Se vislumbra un contenedor al aire libre y mesas de madera enmarcadas por focos colgantes. Un pizarrón con nombres funge como el verdugo de nuestros hambrientos estómagos. A pesar de la pandemia , aquí no existen las reser vaciones.
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“En lo que esperan pueden tomar asiento en los troncos”. Hacemos caso, sin pensar en la humedad de la madera. Mi aliento se manifiesta en forma de vaho y la idea de un café se convierte en mi mejor amigo. Pero la demanda del humeante líquido rebasa la existencia y la siguiente tanda sale en por lo menos 25 minutos. cuatro mil segundos después, mi cuerpo no logra aclimatarse, subimos al vehículo y vamos de vuelta a la ciudad.
Domingo.
En mi reloj la manecilla pequeña marca la una, porto la chamarra más caliente de mi guardarropa, pero esta vez el sol es clemente. Obtener mesa resulta nuevamente imposible, así que optamos por la versión picnic sentados en una manta en el suelo. Niños, gritos, perros, caos. La cantidad de gente es excesiva. Amarro la correa de mi mascota al árbol próximo y le doy un buen trago a mi cerveza para relajarme.
El menú es cortísimo y lo representan algunas entradas como queso Gandolfi , hongos en escabeche y lechugas con calabacitas. La parrilla es el corazón del lugar, por lo que el aroma de la carne asándose es el mayor atractivo. También hay “beyond meat”, pero, queridos veganos, no les aseguro que se cueza en una área especial. Escucho mi nombre a lo lejos y vuelvo con una charola ocupada por una salchicha de cerdo, una hamburguesa de res con tocino, una ensalada de papas y otra de jitomate.
En esta obra no hay revelación, el protagonista se presenta en forma de salchicha hecha en casa, pero no me resulta memorable. La hamburguesa coestelariza, pero este Sancho le queda corto al Quijote. Lo rescatable de este libreto imaginario es el lugar de la Mancha, aunque su costo es la versión en pasta dura. Celebro el intermedio líquido representado por cervezas “artesanales” de Ensenada y otras de Querétaro , además de botellas de vino .
“La parrilla es el corazón del lugar, por lo que el aroma de la carne asándose es el mayor atractivo”
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Caminamos hacia el auto y el aroma del café de olla se cuela en mi nariz. Ordenamos uno en un humilde puesto ubicado a unos metros de la suerte de restaurante. A éste se le suma un curado de plátano recién hecho. No hay prisa, por lo que tomamos asiento en el pasto y mi perro corre detrás de la pelota mientras los vasos quedan desiertos. Por fin un momento de tranquilidad. No sé si fue el tiempo de espera o la escasa logística, pero dudo regresar pronto. Mi mejor consejo es que vaya usted entre semana o espere a que pase la “nece sidad” de un espacio al aire libre.
Desierto Norte
Dirección:
Sin número, Mina Vieja, Cuajimalpa de Morelos, Ciudad de México, CDMX
Horario:
jue.-dom. 10-16:30 hrs.
Promedio:
$450 pesos