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Crónica de una cena cannábica en la CDMX

No toda la comida cannábica tiene que ver con brownies y galletas apestosas, hay propuestas gastronómicas más allá de la pachequés

Fotos: Food Sesh Club
20/04/2022 |10:11Raquel del Castillo García |
Raquel del Castillo García
Editora de Menú Ver perfil

La cena ocurriría en un departamento de la colonia Juárez con ubicación secreta. Medía hora antes de que comenzara me llegó un mensaje al celular con la ubicación: una terraza en la colonia Juárez, una mesa a manera de herradura con mantel blanco y muchas velas. Al centro, otra mesa con todos los ingredientes del menú a manera de bodegón.

Crónica de una cena cannábica en la CDMX

En México no es común tener cenas canábicas, aunque ya se pueden encontrar bebidas y dulces con CBD o THC, una experiencia de corte gastronómico no es frecuente. Por lo general los cocineros las hacen sin anuncios, avisan a sus amigos y conocidos de confianza, se pasa la voz hasta tener el cupo. Son como speakeasies sumergidos entre el mito y la ilegalidad, porque aunque hay avances en la ley conforme al uso de la cannabis, todavía no hay una luz verde absoluta.

La experiencia

La comida se diseña por tiempos, tal cual fuese un menú degustación de cualquier restaurante. Rompe con la idea que tenemos sobre la comida canábica en donde las posibilidades por mucho tiempo fueron brownies , galletas apestosas o gomitas.

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La idea es que al saber que al THC o CBD le sienta bien un medio graso, se pueden hacer otras posibilidades a un nivel alto. La cocina cannábica en este punto puede aspirar a ser gourmet: ceviches, noodles, sopas, tiraditos, vegetales saltrados con mantequilla, helados y una infinidad de platillos que solo dependerán de la imaginación y antojo de quien cocine.

Todo comenzó con un drink con sake y una tostada de aguacate con wasabe en el recibidor del departamento. Me tomé una selfie en el espejo de la entrada para recordar el momento, pensé que era buena idea tomarme otra foto al finalizar la cena y registrar los cambios.

Me senté en la mesa mientras observaba a Anel, la host y cocinera de la experiencia Era parte del “show”, ella enmedio de los comensales montando plato tras plato. Anel estaba enmarcada dentro de un bodegón viviente, en su mesa de trabajo estaban las hortalizas y vegetales que usaría toda la noche para la cena.

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Me quité los zapatos y adopté postura de chinita en lo que comenzaba la acción. Yo me decía a mí misma que me sentía normal, ya habían pasado 30 minutos desde mi primer bocado y no sentía cambio alguno. Presté atención a la música, una mezcla extraña entre drum n´bass y jazz.

Sobre una lechuga tatemada llegaron unos fideos chinos. Cada vez era más difícil enrollarlos en el tenedor, así que los tomé con la mano hasta que se terminaron. Después llegó un pulpo con alga aonori, uvas, y tomaste verde. Ahora no solo escucho la música, también las conversaciones de enfrfente, la de alado y el clac clac de los platos que ioban y venían por la mesa. La última vez que vi mi reloj era las 8:15, lo volví a ver y solo habían pasado cinco minutos, siento que muchas cosas sucedieron en ese lapso de tiempo.

Lo siguiente fue un pescado con miso, una pasta de frijol suave. La carne era tan suave que decidí volver a usar las manos para explorarlo y cerciorarme de que no tuviera alguna espina. Además del sabor, lo placentero fue el sonido del papel encerado en el que venía servido, muy similar al papel de china, era un ruido como de radio mal sintonizado. Me dí cuenta que al pasar el tiempo, uno pasa de la euforia a la relajación sin perder el control.

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Después llegó una ensalada de papaya verde al estilo tailandés con salsa de pescado, cacahuate y coco hecha delante de nosotros por Anel. Un sabor agridulce que le dio paso al kimchi , un momento que rompió en el paladar por su acento fermentado en boca. En ese momento repasé el cómo regresar a casa, no olvidar la bolsa y lo más importante, localizar mis zapatos.

De postre llegó medio mango con sticky rice sobre una copa de champagne con leche de cereal. Lo tomé con las dos manos y lo devoré, era tan dulce y jugoso. Eran las 10 en punto de la noche, decidí ir a casa, me sentía satisfecha, y aunque pasara el tiempo no sentía la necesidad de saciar el famoso monchis, eso sí, dormí como un bebé sin interrupciones. Mi selfie de al final de la cena me la debo para la siguiente cena cannábica.

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Nota del editor: con este artículo nuestro único propósito es informar al lector sobre esta tendencia gastronómica que está presente a nivel global, de ninguna manera tenemos la intención de incentivar su consumo. 

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