Es un cliché pensar que después de la tormenta viene la calma, como si un remedio milagroso cayera del cielo después de tiempos difíciles. En Acapulco, después del paso de huracanes como Otis, en 2023 y John, en 2024, la solución no vino de un milagro, sino de la fuerza de voluntad de la comunidad guerrerense que debía levantarse para poder sobrevivir.
Acapulco vive del turismo y, de acuerdo con la Secretaría de Turismo (SECTUR) de Guerrero, obtuvo una ocupación en promedio general de 67.52 por ciento, una derrama de 6,738 mil millones y una afluencia de 943 mil 759 visitantes en el verano de este año, justo después del último huracán pero, los datos no son suficientes para hablar del "levantamiento de Acapulco". Este aspecto se puede hacer desde muchos ejes y uno de ellos es la gastronomía.
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Comer y cocinar para vivir
A quién no se le antoja un bolillo con relleno para empezar el día, acompañado de un frío vaso de chilate, o un sustancioso plato de pozole verde calientito un jueves por la tarde, o un pescado a la talla para cenar después de recorrer las diversas playas de la zona diamante, dorada o tradicional.
Las cocinas de la región fueron de las primeras industrias en levantarse, no solo para trabajar, sino para alimentar a las y los voluntarios que pasaron semanas, limpiando las costas y las calles de palmeras caídas y pedazos de lo que alguna vez conocieron, así como para fomentar los apoyos de organizaciones humanitarias como World Central Kitchen.
Los restaurantes se convirtieron en el refugio de las esperanzas de las personas que buscaban reiniciar la actividad económica, así como de los ánimos para reconstruir el puerto. Las cocinas funcionales fueron la luz que iluminó el camino para encaminar a Acapulco, como siempre lo han hecho desde antes de los años cincuenta, cuando el destino se catapultó como el centro del mundo.
Una barbie acapulqueña; el clásico Valiant Acapulco; cientos de películas y videos musicales filmándose en la región; actrices y políticos fascinados con los clavados de la quebrada que hasta los atletas olímpicos querían replicar, fallando en el intento. Acapulco se convirtió en la sede que es ahora, un destino lleno de nostalgia por la familia y amigos con los que compartíamos un atardecer bajo una palapa, con quien viajamos de niños para conocer el mar, o los lugareños que conocimos en el camino y que llenos de corazón compartieron la historia de cada rincón, restaurante, museo o playa de su propio hogar.
Sin embargo, sería un error dejar a Acapulco en el pasado o pensar en él como un destino que "alguna vez fue". Acapulco vive tanto de las tradiciones en las lagunas de Barra Vieja como en lo hoteles con la mejor vista a la ciudad. Vive desde el caldo de mariscos, hasta en los atunes afrancesados; en cada piña colada y en cada nieve de coco. Victimizar el puerto es invisibilizar a las familias acapulqueñas que trabajan día con día.
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¿Por qué viajar a Acapulco?
En cada lugar hay una historia distinta que nace de la fidelidad al puerto. El turismo nacional es uno de los que contribuyó para levantar Acapulco, había familias que llamaban y viajaban desde el interior de la república para vacacionar en la región. Clientes de hoteles como Las Brisas llamaron a la gerente para preguntar por el personal, el estado del hotel y para saber si necesitaban algo o si podía reservar la habitación que lleva rentando cada año, recordando la vez que se hospedó por primera vez dese hace más de 35 vacaciones anuales.
Casos de compañerismo como el del restaurante Mario Canario, donde la chef Susana Palazuelos, en compañía de su hijo Eduardo, también chef, indudablemente fomentaron el turismo gastronómico no solo en Acapulco, sino en las regiones guerrerenses que más necesitan del enfoque turístico y de las cuales nacen recetas como el pozole, las tortitas de huazontle o el chilate.
Incluso, desde el fomento cultural como La Quebrada, que recién cumplió 90 años, donde niños y adultos se lanzan tras el aplauso del público, o desde los museos de las máscaras guerrerenses o del Fuerte de San Diego, donde cuentan historias de la afromexicanidad que fomentó y sigue fomentando la forma de cocinar acapulqueña, historias de la NAO de china y de las batallas independentistas que formaron el puerto y que año con año sigue recibiendo a todo curioso turista o activista afromexicano que busca el reconocimiento de su identidad.
Acapulco no está a la espera de ser "reconstruido", pues Acapulco no fue a ningún lado. Es su gente, son las costumbres que comparten, son las recetas, los restaurantes y los hoteles que funcionan gracias a la fuerza de trabajo guerrerense que no permitió que su hogar se lo llevara una idea errónea de inseguridad y miedo a la naturaleza. El destino está abierto, esperando reservas en sus decenas de restaurantes, una cama en sus múltiples de hoteles para todo bolsillo, que apoyes a los clavadistas de la quebrada, y que visites cada playa y laguna que puedas para recordar que Acapulco sigue de pie.