Prometer no empobrece, al contrario, puede terminar por convencer y, al final, llevar al triunfo, a ganar algo: confianza, amistad, honor, amor o... ¿votos?
Los políticos siempre serán personas en la conquista de la confianza de otras personas, viven de las promesas y crecen con las que pueden llegar a cumplir, que por lo regular son muy pocas, y luego repiten el ciclo. Los políticos, casi siempre, serán oportunistas, viven de la coyuntura, de convencer a las masas que piensan de una determinada forma y hacerles creer, aunque en el fondo nadie realmente lo crea, que gracias a su sacrificio por la patria se hizo la voluntad popular, peor aún, los políticos se sienten emisarios de la voluntad popular, y hay algunos que, en el fondo, realmente lo creen.
Ciertamente, la voluntad popular no siempre es la correcta para el funcionamiento de una sociedad, de hecho, en algunos casos resulta una gran aberración, quizá el ejemplo más reciente se refleje en la elección de Donald Trump, que hoy tiene en vilo la seguridad internacional, al borde de un ataque nuclear. Las masas, particularmente las menos cultas, funcionan y reaccionan ante un oído acaramelado, ante la demagogia, ante las promesas irrisorias, pero utópicas.
Después de la tragedia de los sismos del 7 y 19 de septiembre, varios grupos políticos han visto una oportunidad con miras al 2018: que los partidos renuncien, “donen”, dicen los más petulantes, sus recursos electorales con la finalidad de otorgar el dinero a los damnificados.
Muchos somos —muchos de verdad— los que compartimos la idea de un menor financiamiento público y una mayor regulación de financiamiento privado para los partidos y las campañas; que quien apoye a un partido o a un candidato lo haga con su propio dinero. Sin embargo, hacer una reforma de este calado al vapor tendría consecuencias devastadoras en el México del narco.
Baste un ejemplo, en México existen cárteles, como el de Los Cuinis en Jalisco, que tienen la capacidad de lavar dinero para organizaciones del tamaño y peligrosidad de Al Qaeda, que mueven miles de millones de dólares provenientes del dinero de la mafia y lo inyectan al sistema financiero mexicano.
Llevamos más de tres años tratando de formar un Sistema Nacional Anticorrupción, que parece únicamente darse topes contra la pared. ¿Nos van a decir ahora que en cuestión de meses blindarán del poder del narco las elecciones federales?
Roberto Gil Zuarth me lo dijo ayer —es la única voz serena que, al menos yo, he escuchado en los últimos días—: ¡basta de una espiral de demagogia!
Sí, que le quiten dinero a los partidos; sí, que exista más financiamiento privado regulado y transparente; sí, que existan mecanismos de mayor combate al lavado de dinero; sí que tengamos un sistema financiero sano que nos permita detectar y acabar con la famosa “ruta del dinero”...
Pero eso, no se hace en caliente para ganar simpatías.
O puede salir más caro el caldo. Además, más allá de la solución de una reforma constitucional, hay una más sencilla: el presupuesto.
DE COLOFÓN.— Frida se ganó el corazón de los mexicanos, bonita, simpática, para amarse a menos que se tenga el alma de hielo. Sin embargo, expertos canofilos señalan que la perrita tiene entrenamiento para la búsqueda de explosivos y no de cuerpos… guau.