José Antonio Sánchez Cetina

La falsa proeza de echarle agua a los frijoles

03/08/2019 |01:46
Redacción El Universal
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En aras de la transparencia, debo confesar que esta nota es un caballo de Troya. A la vieja usanza, no en el sentido informático. Le aseguro que no hay necesidad de actualizar el antivirus ni reiniciar la computadora. Una nota troyana en el sentido clásico, porque aparenta ser una cosa que, en realidad, no es. Tiene la intención de ser uno de esos textos cotidianos con harto ingenio que dejan a uno pensando, a lo Villoro, pero en realidad es una cáscara para que no te enfades tanto de inicio, querida ciudad, cuando vuelva a la carga con el tema de los libros, la ciencia y los frijoles.

Dentro de la maraña de cosas que se siguen desenrollando en la vida pública del país están los ajustes y golpes de timón a la política de fomento a la lectura y financiamiento de producción científica nacional. Son un par de temas que suenan como la paz mundial. Quién se opondría a semejantes buenas intenciones. Nadie. Pero con toda certeza hay muy distintas maneras de proyectar que uno es bien intencionado, y traicionar al propósito inicial de manera legendaria.

Parezco disco rayado con el binomio libros-ciencia, querida ciudad. Pero tantísimos millennials no tienen la más discreta idea de cómo se raya un disco y por qué a alguien le importa. De cualquier modo, ahora le agregamos el concepto de los frijoles, escapando de la repetición absoluta del tema.

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Recientes decisiones en el Fondo de Cultura Económica hicieron que propios y extraños arquearan la ceja. Porque da la impresión de que algunas de esas decisiones las toma alguien que tiene buenas intenciones, pero no conoce bien el frágil pero nutrido ecosistema literario de nuestro país. La más reciente concierne a la ausencia de México en la feria de libro de Frankfurt. Porque hay no hay dinero -uno escucha y agacha la cabeza como el niño que le pide un iPad al padre recién despedido-, y porque no hay mucho que ofrecer -y entonces calienta como atole de arroz en la mano o como patear el pesebre.

Peor aún, la Feria del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) sigue asomando más incertidumbre que grato asombro. La maniobra de hace de una feria dos llevando autores invitados a Mérida es sensata y plausible, pero el cambio de sede y otros ajustes que obedecen a restricciones presupuestales ponen en peligro a una tradición que nos costó mucho trabajo construir, porque en una feria como la FILIJ éramos todos más propios que extraños.

Con frecuencia se suele recordar la infancia y, más todavía, las virtudes de nuestros padres para estirar con magia nivel Houdini el gasto y librar una quincena. Donde comen tres, comen cuatro, se dice con orgullo mientras se manda al más veloz de la tropa por otro kilo de tortillas. Y he sido testigo del milagro literal de echarle agua a los frijoles cuando los invitados de multiplican como gremlins. Pero una cosa es la casa, las hazañas de una familia para sobrellevar las limitaciones y otra es el Estado Mexicano, con mayúsculas, aunque crezca 0.1%.

Porque apretarse el cinturón como gobierno federal y pedirle a toditas las agencias, institutos, órganos y comisiones que hagan rendir el gasto es sensato, pero harto complicado. Un dilema clásico del estudio de las políticas públicas refiere precisamente a la importancia de priorizar y decidir. Porque los recursos nunca van a ser suficientes. Pensemos en un programa de vacunación. ¿Qué prefiere usted, que apliquemos la fase uno de esta vacuna a toda la población de este municipio o que apliquemos la fase uno y dos únicamente a la mitad? Díganos dónde ponemos la raya de los que quedan sin vacuna.

El ejemplo parece radical pero seguimos hablando de cosas absolutamente trascendentales como los libros, la ciencia y los frijoles. Esta semana un duelo desproporcionado y por demás innecesario entre el CONACYT y el Foro Consultivo Científico y Tecnológico. En medio del zafarrancho a punta de comunicados, no se sabe ya si la reducción de presupuesto tiene que ver con la política de austeridad o con secarle la garganta a una voz crítica que fue pensada en la Ley de Ciencia y Tecnología para habitar en el CONACYT y asesorar, mejorar y promover la producción científica nacional. Como en todo, la única certeza es que, en medio de los recortes y ajustes la ciencia puede salir muy mal librada.

El pianista y escritor Toño Malpica publicó el jueves pasado en su blog (www.galofrando.com) una sentida crónica no de la FILIJ sino de su preocupación sobre el devenir de la Feria como embajador de la literatura infantil, como escritor y como lector. Esos saltos de un rol a otro unidos por un hilo conductor de preocupación me pusieron a pensar lo equivocado que es el juicio y el ataque hacia escritores y científicos, como se ha hecho hasta ahora.

Porque quienes defienden la literatura y la ciencia no lo hacen para conservar una posición de privilegio. Acaso el único privilegio es tener una Feria de libro atiborrada de gente, divertida, con una programación soñada edición tras edición. O tener un proyecto de ciencia básica que al menos haga parecer que México no está 30 años detrás del resto del mundo en materia científica. Lo que importan son los frijoles, pues. No las manos que los hicieron, sino los libros y la ciencia. Y la gente a la que esas dos actividades -acaso dentro de las más virtuosas a las que se ha atrevido el humano- trastocan positiva y contundentemente. Como los frijoles, pues.

@elpepesanchez