Con la entrega de esta séptima parte llega a su fin la serie por el 100 aniversario de la entrevista exclusiva con Francisco Villa , que hace un siglo cerró con broche de oro al permitir conocer las posturas personales que tenía el guerrillero en retiro respecto a temas sociales que hoy no dejan de ser interesantes.
Tras cabalgar entre 5 y 10 kilómetros con Villa, nuestro reportero Regino Hernández Llergo y su compañero, el fotógrafo Fernando Sosa, conocieron los campos de trigo de la hacienda del norte de Durango. Si bien Regino confesó no entender “una palabra del asunto”, por su parte Doroteo Arango se encontraba fascinado con el buen estado del trigal.
“Usted no es agricultor, amigo. Por eso no le da gusto esto”, acertó el general. A lo largo del recorrido a caballo, jornaleros daban los buenos días Villa, a lo que él respondía (con cariño, según Regino): “Buenos te los dé Dios, hijo”.
Con la intención de no dejar pasar la oportunidad para otra “platicada” con su anfitrión, Regino decidió preguntar abiertamente la opinión del caudillo acerca del “Concurso de Exploración Nacional”, que este diario llevó a cabo en aquellos meses de 1922.
Se trataba de lo que hoy llamaríamos una encuesta a nivel nacional, para la cual EL UNIVERSAL invitó al público a votar y compartir opiniones acerca de una pregunta que entonces, como hoy, concierne a todo el país: “¿cuál es el mexicano que merece ser Presidente de la República?”.
Semana con semana se publicaban avances del conteo de votos y algunas opiniones que los lectores enviaban como cartas.
Reacio en un inicio a opinar de tan polémico tema, el general Villa terminó cediendo a la “terquedad” de Regino cuando éste le preguntó
qué pensaba del concurso. “Buena idea, sólo que no es muy práctica”, respondió.
La razón de la desconfianza de Villa en tal estrategia era que, en su opinión, era muy difícil lograr “una exploración sincera”. Explicó que, pese a estar conforme con la libertad con que el lector podía votar, “el ciudadano que vota allí, se guía por lo que las prensas dicen de los hombres públicos, por lo que oye decir nada más, sin ponerse a pensar si efectivamente aquello que lee o que oye es cierto”.
Continuó con más detalles: “Un mexicano vota por cualquiera, sólo porque le han dicho que es bueno, o porque él cree que lo es, sin saber los defectos que tiene su candidato, porque eso sí “¡no hay quien se lo diga, ni prensa donde lo lea!”.
Quizá no estaría de más retomar parte de la idea. Tal vez las elecciones presidenciales de este 2024 tomarían un giro inesperado si los candidatos de cada partido hablaran abiertamente de sus defectos, en lugar de negarlos mediante una pomposa campaña mediática, o si el propio Presidente tocara el tema al hablar de sus “corcholatas”.
De vuelta en el corazón de la hacienda, el general y sus huéspedes visitaron la iglesia, o lo que quedaba de ella. Al menos en aquel mayo de 1922, el edificio funcionaba como expendio de víveres para los trabajadores y como almacén para recursos como gasolina o alimentos, puesto que Regino vio incluso “liebres recién abiertas”.
Tan pronto entraron, el periodista se quitó el sombrero, pese a que ni Villa ni Sosa hicieron lo mismo. Como el gesto llamó la atención de Doroteo Arango, le preguntó:
“¿Qué es usted fanático, amigo?”. A lo que Regino respondió “No, general. Fanático no, católico sí”.
Sin necesidad de preguntar al respecto, Villa mismo explicó la situación del lugar: “Cuando caí en Canutillo pensé en reparar todo, menos la iglesia. La iglesia no la he tocado, pero tampoco la he destruido. Está como me la entregaron.”
En entregas anteriores recordamos que en la hacienda se trabajaba en la construcción de casas para los obreros, de expendios de carne o en el trazado urbano, y que la prioridad recién llegado el general había sido la obra de la escuela “Felipe Ángeles”, de modo que el estado ruinoso del edificio de culto fue un caso excepcional, por las creencias del “Centauro del Norte”.
De nuevo por cuenta propia, el general agregó “Yo no soy católico, ni protestante, ni ateo… Yo soy libre pensador . Yo sólo creo en un poder sobrehumano, pero me gusta respetar todas las creencias. Lo mismo respeto al que es católico, como al que es protestante, como al que no tiene religión”.
Es posible que estas palabras tengan un peso distinto hoy en comparación con los años 20, pues hay que recordar que entonces el país estaba a pocos años de entrar en el conflicto civil armado que sacudió a México tras la Revolución: la Guerra Cristera.
Villa reiteró su posición al comentar que desde niño evitaba confesarse con los curas “porque sé que es un hombre de negocios como cualquier otro […] Un hombre como yo, ¡al que no le interesan mis intimidades!”
El general cerró el tema, más en broma que en serio, al decir entre risas que “¡sería fiel a una religión que no me hiciera tonto!”. Al final, sentenció “el clero es una de las más grandes calamidades de mi raza, pero hay que respetar todas las creencias”.
Al día siguiente ya no hubo más “platicada”, pues a Pancho Villa se le agravó un catarro al grado de dedicar su tiempo a “una curación en toda forma”, de modo que se vio obligado a permanecer un total de tres días en cama.
Regino, Fernando y Emilia expresaron al coronel Trillo su deseo de regresar a México de modo que, como última atención, Villa ordenó que en breve se pusiera a disposición de los viajeros su automóvil Dodge.
A pesar de que el carro partiría a Parral a las 4 de la madrugada, el general, pálido, tosiendo y cubierto en cobijas, los recibió en su habitación en compañía de su esposa para la corta despedida.
“Estamos verdaderamente agradecidos con usted. Y aunque no valemos nada, nos ponemos a sus órdenes en EL UNIVERSAL…”, comentó Regino, para verse interrumpido por una última declaración de Pancho Villa :
“No, muchachos. Nunca hay que decir, ‘no valgo nada’. Todos tenemos algún valor. Todos los hombres, grandes o pequeños, necesitamos de los otros en la vida. No lo olviden, muchachos”.
Cien años después, la opinión general de Francisco Villa, a quien se llamó desde guerrillero, bandolero, general, hasta revolucionario, no ha cambiado mucho. La encuesta de EL UNIVERSAL aquel 1922 sí vio aumentos en los votos villistas, pero ese impacto no fue duradero, y es que las cualidades menos humanas de Villa no son fáciles de olvidar.
Incluso cabe preguntarse si el duranguense habría accedido a dar la entrevista por conveniencia política, aconsejado por sus amigos; pero eso y más quedó sin responder, pues sólo un año después moriría acribillado, al parecer en el mismo Dodge que llevó a Emilia, Fernando y Regino.
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