Ciudad Juárez.— Pedro está a casi dos mil kilómetros de casa, y aunque no está perdido en realidad no sabe a dónde va ni tiene muy claro a dónde ha llegado.
El joven es un desplazado oaxaqueño, quien partió hace cuatro meses de su hogar, forzado por las circunstancias y con la idea de conseguir un mejor futuro, pero a la fecha no lo ha logrado.
“Está difícil allá, sí hay algo de trabajo, pero no pagan bien y en cualquier momento llegan y pierdes todo, te lo quitan”.
El hombre de 26 años dejó esposa y un hijo en la pequeña comunidad zapoteca de Ozolotepec.
Recuerda que desde niño los despojos eran algo común, grupos de hombres armados con machete aparecían y obligaban a las familias a marcharse, dejar atrás el poco patrimonio que había logrado reunir. Eso le pasó a él.
En los jardines de la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, rodeado de otros que también dejaron su tierra y llegaron hasta la frontera desde Honduras, Guatemala o El Salvador, recuerda que hace unos tres años integrantes de una familia de un pueblo cercano le quitaron su parcela, casa y algunos animales de granja, bajo la amenaza implícita de matarlo si oponía resistencia.
“No te dicen nada, ni siquiera que te salgas; sólo llegan y se paran afuera, uno ya sabe que se tiene que ir, si los enfrentas vas a terminar mal”, platica mientras José Salas, de Honduras, lo escucha atento recordando que en su país las cosas no son muy distintas a manos de las pandillas.
Tras abandonar contra su voluntad el hogar, se fue a vivir con sus suegros a Santa Marta, ahí se dedicó al campo, como jornalero en ranchos agrícolas, donde ganaba entre 80 y 150 pesos por día, dependiendo de la temporada y el tipo de cultivo.
Pedro decidió recuperar lo que le quitaron por la fuerza; sin embargo, se topó con que las autoridades del pueblo, que se rige por el sistema de usos y costumbres, no le ayudaron: “También les daba miedo, no quisieron ir a sacarlos como ellos me sacaron a mí”.
Con unos cuantos pesos en la bolsa y una mochila con poca ropa dejó Santa Marta.
La súbita muerte de su hermana lo hizo volver a Oaxaca. Después de unos días decidió, tras encontrarse con la misma amenaza, que debía migrar al norte, así que de aventón partió rumbo a la capital del país y al no encontrar una oportunidad pensó en migrar hacia Estados Unido. Por tren comenzó su travesía hasta el norte del país.
Tras una semana de “trampa”, como llaman a los polizontes del tren, llegó a Juárez. Hambriento, deshidratado, sucio, fue trasladado por unos policías municipales a la
Casa del Migrante, donde poco a poco ha recuperado las fuerzas para intentar ingresar ilegalmente.
No sabe bien a dónde va a ir si logra burlar a la Patrulla Fronteriza, recuerda haber escuchado que en Nueva York hay muchos migrantes oaxaqueños y le gustaría viajar hasta aquel lugar, pero reconoce que no tiene idea de cómo llegar.
Relata que lo más difícil fue dejar a la familia; aunque sabe que están en un lugar seguro, no deja de pensar en ellos cada noche y es lo primero que pasa por su mente al levantarse. “Voy a regresar por ellos, no sé cuándo, les voy a dar su casa”.