Sofía tiene 75 años y fue analfabeta durante casi toda su vida. Hace poco decidió buscar ayuda en el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) porque siempre tuvo dos inquietudes: aprender a escribir el nombre completo de sus tres hijos (nunca lo supo), y viajar a Veracruz para conocer el mar, pero sola, sin necesidad de que alguien la acompañe.

“De niña no me mandaron a la escuela, pero tengo que aprender a leer y escribir un poco, me avergüenza que sepan que no sé ni leer ni escribir para ir a los lugares que no conozco”, dice quien desde siempre ha vendido dulces en la misma esquina cerca de su casa.

Sofía quiso hacer un cambio, “para vender dulces no hace falta saber leer ni escribir, pero me aburrí de perderme en la ciudad cada vez que decido alejarme un poco de mi casa para dar una vuelta y subirme a un pesero”, relata tímida.

Al rato comienza a conversar y cuenta que después de mucho pensarlo decidió una mañana vencer su temor para acercarse por primera vez a la Plaza Comunitaria del INEA, a unas cuadras de su casa en Iztapalapa. “Alguien me comentó que ahí enseñaban a leer y escribir y que había un señor llamado Jesús que enseñaba muy bien y tenía mucha paciencia. Lo busqué y resultó que era mucho mayor de lo que pensaba”, cuenta mientras su alfabetizador, quien tiene 78 años, le carga sus cuaderno.

Jesús Conde Salinas, que es educador del INEA desde hace 15 años, la invitó a pasar al salón para decirle que siempre es tiempo para iniciar; debían comenzar por un nivel que les llevaría entre seis y 10 meses con un total de 240 horas aproximadamente para iniciar a aprender a escribir lo más elemental, como su nombre.

La primera lección del Libro del Adulto —que han recibido el Premio Rey Seyong 2011 por su alta calidad—, tiene como tema “Nuestros Nombres”. Jesús le explicó que el programa era gratuito, que recibiría todo el material didáctico necesario (libros, cuadernos, material en general) sin tener que pagar nada, y al final de ese tiempo ella podría aprender a escribir no sólo el nombre de sus hijos, sino muchas otras palabras más, comenzar a leer el letrero de los camiones y hacer algunas cuentas matemáticas “para ganar más con la venta de los dulces”.

Jesús relata que ella “no aprendería a escribir y a leer sólo un poquito, sino bien y para siempre”. Sofía se entusiasmó y fue así como iniciaron las clases, dos veces a la semana por las tardes. Durante las primeras lecciones ella aprendió a escribir su nombre con sus dos apellidos completos: (Sofía Remigio Quino). Hoy sabe escribir el nombre de sus hijos: Juan, Jesús y Agustina.

Está avanzando en el primero módulo que lleva por nombre “Para empezar”. Sofía ha continuado, desde hace seis meses con sus estudios y dice que no pensó en la posibilidad de cursar estudios formales de la escuela primaria, que ahora es uno de sus planes a futuro.

“Continúo asistiendo al INEA dos veces por semana y quiero hacer mi primaria”, comenta a EL UNIVERSAL mientras escribe entusiasmada los nombres de sus hijos en un cuaderno; y si bien aún no se anima a viajar a Veracruz sola, “comencé a darme mis escapaditas en la micro y un poco más lejos de casa sin perderme”, explica.

La alfabetización de Sofía se logrará cuando acredite el primer módulo llamado “La Palabra”, con un examen final de lectura, escritura y matemáticas básicas.

“Sofía ha adquirido poco a poco cada vez más libertad y seguridad en sí misma, aunque es muy obsesiva con la perfección en el trazo de la letra y se tarda mucho en escribir”, reconoce Jesús, quien fue maestro rural a lo largo de 28 años, y director de una escuela primaria por 22, después se jubiló y decidió integrarse al INEA.

“Pedí que me dejaran los grupos de alfabetización y primaria; me gusta tratar con los que no saben absolutamente nada. Mis alumnos están descubriendo un mundo de nuevas oportunidades y dejando atrás su dependencia a los otros”, asegura.

“Me causa tristeza ver cómo las personas adultas no saben leer y escribir, me entusiasma mucho enseñarles las primeras letras. Siento ganas de ayudar al que no sabe nada. Hasta que me muera daré clases”, dijo.

Conde Salinas apoya a vecinos de Iztapalapa, “región de la Ciudad de México donde hay un mayor número de analfabetas; nosotros les ofrecemos círculos de estudio desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, también abordamos módulos relacionados con la vida cotidiana”.

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