Han pasado 100 años desde el descubrimiento de la tumba del faraón egipcio Tutankamón, el niño rey que gobernó en el siglo XIV a. C. La tumba de Tutankamón fue descubierta en noviembre de 1922 por un equipo de excavadores predominantemente egipcios dirigido por el arqueólogo británico Howard Carter.
El relato publicado de Carter ha dominado la comprensión del público sobre este hallazgo histórico. Su publicación de tres volúmenes "La Tumba de Tut-Ankh-Amen" es responsable de inmortalizar su supuesta respuesta a la pregunta de su mecenas Lord Carnarvon: "¿Puedes ver algo?" A lo que él respondió: "Sí, cosas maravillosas".
También hizo famosa la imagen de "por todas partes el brillo del oro" cuando miró por primera vez dentro de la tumba.
Hubo mucho interés en el descubrimiento en ese momento, lo que llevó a una amplia cobertura periodística. Una historia que resurgió constantemente, y sigue siendo popular, se refiere a la maldición de una momia que asoló a los involucrados en las excavaciones, aunque la idea de que los presentes en la apertura de la tumba encontraron finales prematuros ha sido completamente desacreditada.
Hay otras historias y leyendas sobre el descubrimiento, las excavaciones posteriores y sus legados, que contribuyen a una comprensión más completa del impacto profundo de este evento.
Una de esas consecuencias culturales poco conocidas fue cómo el faraón comenzó a aparecer regularmente en los círculos espiritistas después del descubrimiento de su tumba.
El espiritismo, un movimiento religioso que cree en la supervivencia del espíritu después de la muerte y que los espíritus de los difuntos pueden comunicarse con los vivos, tuvo su apogeo en el siglo XIX.
Su popularidad había disminuido después de que varios médiums de alto perfil (personas que se entendía que facilitaban esta comunicación) habían sido expuestos como fraudes a fines del siglo XIX.
Pero luego el espiritismo vio un resurgimiento durante y después de la Primera Guerra Mundial, cuando la gente intentó ponerse en contacto con los seres queridos que habían perdido.
En la década de 1920, un nuevo espíritu comenzó a hacer contacto en las sesiones de espiritismo, en las que un grupo de personas, a menudo en círculo alrededor de una mesa, intenta contactar a los muertos.
Tutankamón comenzó a transmitir mensajes desde "el otro lado", según los creyentes, apareciendo en sesiones de espiritismo en todo el mundo. La gente especuló que no se había dado a conocer en los círculos psíquicos antes del descubrimiento de su tumba porque "el espíritu [fue] atraído de nuevo a los pensamientos de la tierra por la atención concentrada en él".
En una ocasión, se dijo que Tutankamón había sido canalizado por una médium llamada Blanche Cooper que trabajaba en el Colegio Británico de Ciencias Psíquicas. Según un relato, de su boca salió "una profunda voz masculina" que "hablaba en una lengua extranjera, suave y musical".
La comunicación de Tutankamón supuestamente enumeraba lo que podría encontrarse dentro de su tumba. El descubrimiento de la tumba estimuló tal proliferación de mensajes supuestamente del niño rey que los asistentes a la sesión se quejaron de que estaban "un poco cansados de Tutankamón".
Sin embargo, Tutankamón no siempre fue una presencia positiva. La revista International Psychic Gazette informó de un encuentro más hostil en 1929:
Sucesos sobrenaturales violentos han ocurrido […] en el estudio del Sr. Folt, un conocido escultor que posee una magnífica mansión en Vinohrady, […] Praga. Muchas personas célebres en los círculos intelectuales y artísticos asistieron allí a una sesión espiritista. Todo transcurrió con calma hasta la conclusión, cuando un participante pidió que se evocara el espíritu de Tutankamón […].
Acto seguido, la médium entró en trance y anunció que ese espíritu se acercaba. Luego profirió un grito de dolor, acompañado de gritos sobrenaturales de furiosa ira. E inmediatamente se desató en el estudio un alboroto espantoso, con una tempestad de viento tan poderosa que rompió la mayor parte de los cristales de las ventanas.
Los testigos de esta tormenta repentina estaban aterrorizados. Se levantaron de inmediato de la mesa y encendieron las luces. Ante sus ojos el estudio yacía completamente devastado. Todas las estatuas de figuras egipcias esculpidas por Folt estaban rotas. Una de ellas, de bronce, había sido arrojada por la ventana al patio. Otra yacía en el suelo con rastros de sangre en los labios y la frente. […] Estas perturbaciones extraordinarias ocurrieron con tal rapidez que no duraron más de 30 a 35 segundos.
Lo que indican tales informes es que, para los creyentes, el espíritu de Tutankamón apareció en una variedad de formas, desde una fuerza benévola hasta una destructora y vengativa; desde un individuo imperturbable por el ingreso a su tumba a una entidad impulsada a causar estragos en aquellos que habían violado ese espacio sagrado.
Con el nombre de Tutankamón nuevamente en la conciencia pública, se nos recuerda que este es un faraón destinado a "regresar" periódicamente, ya sea como una aparición fantasmal o en investigaciones.
Su manifestación en los círculos espiritistas de la década de 1920 es solo una de las formas en que la fascinación popular por el faraón se ha manifestado a lo largo de los años.
*Eleanor Dobson es profesora asociada de Literatura del siglo XIX de la Universidad de Birmingham, Reino Unido.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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