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Concluye el debate de contraste, esgrimido con vehemencia, entre dos polemistas de Acción Nacional, por la presidencia de su partido. Frente a cámaras de televisión, en el auditorio principal de su organización, sin más público que diez invitados de cada uno, que salen al vestíbulo más impregnados de adrenalina que los contendientes: Ricardo Anaya y Javier Corral están listos para librar el posdebate, ahora rodeados por periodistas.
Sonríen, por separado a las cámaras de la prensa, posan con integrantes de su planilla, forman la “V” de la victoria y, como los pesos completos del boxeo, aseguran que han ganado la discusión, en la que cara a cara han intentado restar brillo y reducir estatura del oponente.
Allá adentro, en el auditorio Manuel Gómez Morín, Ricardo Anaya y Javier Corral tomaron posiciones frente al podio asignado, bajo reflectores de televisión, listos para abrir la transmisión justo a las 19:00 horas.
Junto a una bandera de Acción Nacional, y en un fondo azul, resaltan los rostros de un joven sonriente siempre, y de un hombre maduro, de bigote, de expresión, también alegre. Anaya tiene 15 años de militante; Corral le dobla el registro.
La periodista Adriana Pérez Cañedo conduce el duelo, dentro del formato diseñado, y lo lleva minuto a minuto hasta el final, sin incidente alguno. Los dos políticos salen y declaran que están satisfechos del ejercicio, lo consideran la antesala de su triunfo, el 16 de agosto próximo.
Dentro del auditorio ha reinado la urbanidad panista. Anaya y Corral (siempre así, por el orden en que el sorteo designó el turno en sus intervenciones), tienen control de sus movimientos.
El queretano es un hombre delgado, de mediana estatura, de pelo cortísimo y lentes. Habla a las cámaras casi sin moverse y descarga su tensión, nunca en el rostro, sí en las manos que mueve de arriba abajo.
Desde el primer minuto cita a Corral en la dimensión de la confrontación: “No voy a permitir, Javier, que tú...”, y con singular alegría, el chihuahuense lanza sus primeros dardos, en una actitud ad hoc para un debate de políticos en televisión: sonreír, sonreír, sonreír.
El gran tribuno, que con sus ademanes ha abarcado el gigantesco salón de sesiones de la Cámara de Diputados, y la tribuna del Senado, se ciñe al breve espacio que le permite el formato televisivo.
Sonreir, pero también convencer. Recurren a las expresiones felices del panismo, y ambos citan en cuatro ocasiones cada uno a Manuel Gómez Morín, fundador de Acción Nacional, que se le reconoce en los confines de la patria, palabras que deben llegar a la audiencia azul.
Anaya mostró en pequeñas cartulinas evidencias —recortes de periódico, una foto, ilustraciones de encuestas— en apoyo de sus señalamientos, dirigidos a contestar los lances de Corral, a quien busca asociar con la beligerancia del tipo de Andrés Manuel López Obrador. “Te falta tomar Reforma”, desliza como en broma.
Contrastar es el juego y Corral, desprovisto de cartulinas, elabora imágenes al vuelo, como al señalar que cuando fue presidente de la Cámara de Diputados, a su contendiente “se le hincharon las manos de aplaudir a Enrique Peña Nieto”. Y una y otra vez, como los boxeadores que golpean para doblar al oponente en el cuadrilátero, dice que el queretano es impulsado “por el Consorcio”.
Otro recurso, mostrar al contendiente en apuros: “No te enojes, Javier”; que tiene como respuesta más adelante, la de “ya le entró el miedo, al que ya se comportaba como presidente (del partido)”.
Javier Corral insiste en que Anaya forma parte de los peores intereses del “Consorcio”.
Pesos pesados del arte de debatir, salen al vestíbulo, cada uno en su turno, sin compartir la foto, y con los suyos se dan un baño de gloria, la del flash.
jram