NUEVO SAN JUAN, MICH. - Eran las cuatro de la tarde cuando la tierra se cimbró. La sangoloteada hizo que el purépecha Francisco Lázaro, de 18 años, corriera en busca de sus hermanos. A lo lejos, un remolino grisáceo lanzaba piedras con furia, rugía y emanaba vapor. El joven pensó que el fin del mundo había llegado para todos los habitantes de San Juan Parangaricutiro. A las nueve de la noche, de ese 20 de febrero de 1943, el caos regresó al pueblo. Ahora, lenguas de fuego abrazaban la oscuridad; ante los ojos de Francisco nacía el volcán más joven del mundo, el Paricutín. Setenta y dos años después, la tierra sigue hirviendo por dentro y libera calor a través de grietas que encontramos en la cara este del volcán. Ascendemos hacia el cráter en compañía de un guía (indispensable para ir por el camino menos complicado) y don Francisco, a sus 90 años, todavía tiene fuerza en sus piernas para emprender una caminata de 45 minutos. El zapicho Una caída en ese rompecabezas de lava petrificada nos dejaría una cicatriz inolvidable. Escalamos con cuidado, nos ayudamos de las manos y hasta las uñas. Dice nuestro guía que el mar de magma recorrió casi 10 kilómetros en nueve años, sin cobrar víctimas y tardó 14 más para enfriarse por completo. Don Francisco aporta otro dato: el nombre correcto es Parícuti, significa "detrás de la barranca". Los pinos y encinos se van quedando atrás; la tierra se tomó un cuarto de siglo para ser fértil nuevamente. La cara del volcán cada vez es más vertical, así que comenzamos a caminar en zig zag y respirar profundo. El cono volcánico tiene una altura a ras de suelo de 647 metros. Cuando por fin llegamos al cráter principal, vemos una alfombra de piedras filosas. Nos acercamos al boquete de circunferencia irregular, una trampa de ceniza que se remueve con apenas dar un paso. El Paricutín está dormido, aunque la emanación de vapor nos haga pensar lo contrario. "Jamás volverá a despertar", dice don Francisco. El guía explica que es un volcán cono de escoria, con un cráter principal que expulsa vapor y ceniza y subcráteres, de los cuales escupe la lava. Sólo hace una vez erupción. En el caso del Paricutín, tiene cinco subcráteres. El zapicho, "pequeño" en purépecha, fue el responsable de derramar poco a poco la lava que sepultó a todo un pueblo y dejó por más de dos años en total oscuridad los pueblos vecinos.  ¿Dónde se fueron? No somos los únicos en la cima del coloso. Otros van llegando; su andar figura una peregrinación. Todos llegan igual, sudados y cansados, aunque en esas alturas el clima cambia por completo, es frío y el viento sopla con fuerza. No falta el viajero que se anima a bajar al fondo del cráter, se sienta en las cenizas y se van arrastrando hasta lograr su cometido. Nosotros seguimos contemplando el paisaje un tanto desolado. A lo lejos se ven los pueblos de Angahuan (la lava llegó hasta allá en año y tres meses), el Nuevo San Juan y San Salvador Combutzio (mejor conocido como Caltzontzin), fundados por los habitantes que se apartaron del camino de la lava. Huyeron rumbo a Uruapan, pero decidieron formar una nueva vida en una antigua estación de tren cercana. Surfeando en las cenizas Le damos la vuelta completa al cráter, después de eso ya no hay nada más que hacer en las alturas del que es considerado una fuente de obsidiana negra y una fantasía gris latente. Otra aventura nos espera en el lado sur. Para bajar no hay piedras que funcionen como escalones, sólo una pared de ceniza pura. Don Francisco se remanga los pantalones, levanta su bastón y comienza a deslizarse sobre la montaña de ceniza. Lo hace de ladito para no irse de boca. "Aviéntense", nos grita. Damos los primeros pasos y la ceniza nos cubre hasta las rodillas. Seguimos a nuestro sobreviviente. Atrás vienen niños carcajeando. Estamos surfeando sobre el Paricutín. En menos de 10 minutos llegamos a tierra firme. De nuestras botas sale suficiente ceniza como para llenar dos botellas de dos litros. Qué decir de nuestros dientes y nariz, estamos todos tiznados. Antes de partir, dejamos una cuota voluntaria para los encargados de recolectar la basura que dejan los turistas en la zona. Entre ruinas A 30 minutos del volcán, en auto o a caballo, se encuentra lo único que la erupción no pudo lapidar, la iglesia de San Juan Parangaricutiro.

Antes de acceder al cementerio de rocas, echamos un vistazo a los puestos que venden fotografías del antes y después de San Juan. Aquí mismo, las personas se ofrecen a contarnos leyendas del volcán, pero venimos con el mero, mero, con don Francisco. Inmediatamente, toma su papel de guía oficial y nos cuenta que, según las creencias purépechas, el nacimiento del volcán fue una maldición divina, ya que en esos años los pueblos de San Juan y Paricutín se disputaban la cruz que un sacerdote colocó en medio de ambos pueblos. El castigo fue que ambos sitios fueran sepultados. Ahora sí, nos internamos entre las gigantescas piedras filosas y porosas. ¡Qué bueno que la suela de nuestras botas es lo suficientemente gruesa! Vamos descubriendo lo que alguna vez fuera una calle o quizás el techo de una casa, es difícil adivinarlo. Desde aquí ya se ve la torre izquierda y el campanario de la iglesia. La mitad del atrio también sobrevivió y podemos caminar sobre él, atravesar su arco y por un caminito estrecho, hallar la entrada al campanario. Está prohibido subir por seguridad. Al otro extremo del atrio está el punto donde la lava detuvo su camino: frente al altar de la iglesia con la imagen de Cristo, ahora rebautizado como el Cristo de los Milagros. Un hueco pequeño entre las piedras nos permite entrar. Listones, velas y flores decoran el nicho vacío. Las piedras volcánicas son las bancas donde la gente reza.

Carajillos en Uruapan Antes de irnos a dar un baño a nuestro hotel, vamos hasta el centro de Angahuan, a unos 40 minutos de San Juan. Tenemos una comida en el restaurante de Juanita Bravo, cocinera tradicional de Michoacán. No hay lujos, pero la calidez y buena atención se siente desde que entramos. Ocupamos nuestro lugar en la mesa y Juanita sirve la sopa de verduras, después vienen los tamales de maíz con capas de frijol y bolitas de masa rellenas de queso en salsa, también nos comparte quelites del día anterior. El fogón sigue cociendo las tortillas hechas por la cocinera. Por 150 pesos hacemos un viaje de sabores preparado por una de las mujeres que formó parte del grupo de cocineras tradicionales que llevaron la gastronomía mexicana a París, para ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Con atole de tamarindo en mano, como postre, nos despedimos de Juanita, todavía hay que llegar a Uruapan. En hora y media estaremos en la segunda ciudad más poblada de Michoacán. A 10 minutos del centro, encontramos el hotel Pie de la Sierra, un refugio de habitaciones rústicas con la suficiente agua caliente para retirar toda la ceniza de nuestros cuerpos.  Ya con la cara lavada, nos vamos a dar una vuelta por la plaza de armas. Hallamos un lugar llamado La Charandería. Sin pensarlo, decidimos pasar el resto de la noche ahí. Unas cuantas mesas de colores ocupan el primer piso, también está la barra que despacha cocteles preparados con charanda, un destilado de jugo de caña y bebida michoacana popular. Mi favorito, el carajillo con charanda: café espresso en las rocas y un trozo de caña.

Guía del viajero

Quién te lleva Centro Ecoturístico Pantzingo. Tour guiado al volcán y ruinas: 500 pesos por persona.Transporte local: 120 pesos. Cabañas: 150 pesos por noche, por persona.  Otras actividades: caminatas nocturnas, tirolesa, rappel, pista comando y fogatas.  Web: Dónde dormir Pie de la Sierra. Habitación para dos personas desde 860 pesos por noche. Cuenta con estacionamiento, piscina, jardines y restaurante.  Web: Recomendaciones Lleva botas o tenis de suela gruesa, una chamarra ligera y bloqueador solar. No hay cuotas de entrada a las ruinas, pero considera una propina para los guías locales.  Cómo llegar Auto. Conduce por la autopista Circuito Exterior Mexiquense hasta Uruapan. Casetas: 499 pesos, viaje de ida. Tiempo estimado: cuatro horas y media.  Web: Autobús. Primera Plus te lleva a Uruapan, saliendo desde la Terminal del Norte, por 556 pesos, viaje sencillo. Tiempo estimado de trayecto: seis horas. En línea

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