Los buenos resultados nunca llegaron. La afición terminó por darle la espalda. La entrada para ver el que es uno de los clásicos más pasionales del país fue deprimente, indigna de una rivalidad que debe pesar más que la actualidad de cualquiera de los dos equipos.

Ese mismo partido, bajo las mismas circunstancias con las que ambos equipos llegaban al compromiso, en cualquier otro estadio del país se hubiera llenado.

¿Qué pasaría si Chivas (producto nacional) jugara uno o dos partidos al semestre fuera del estadio Chivas? ¿Cuántos de los que no viven en Guadalajara (que son varios millones) de sus seguidores hubieran dado todo por estar en ese duelo?

El campeón ha muerto y murió casi, casi sólo. El grupo de animación no los abandonó, pero hasta éste se vio reducido en los últimos minutos que estuvo en las gradas de su casa.

Ser campeón implica una responsabilidad, pero ser campeón y llamarte Chivas es todavía un compromiso mayor.

Habrá que cuestionarse qué tan grande es un equipo que no logra convocar a su afición para un clásico. En el futbol, no siempre se puede ganar; es más, no hay en el mundo un equipo que tenga más títulos que fracasos, pero lo que no se debe perder es la identidad.

El aficionado de Chivas dejó, un poco, de serlo en este torneo, ojo, no hablo de la generalidad, pero sí de los que están en Guadalajara. Nadie les puede quitar el dolor de ver perder a su equipo ante América, de no poder con Cruz Azul y Pumas, de ser goleado por el Monterrey y ser echado de la Copa por el Atlante, pero ¿en dónde quedó el orgullo de los colores, esa estirpe que presumen en todo momento y en cualquier lugar?

Que los jugadores no están a la altura de la institución y sus afición en este torneo, puede ser, pero que venga un partido de los llamados clásicos y ver el estadio semivacio, no lo comprendo, no lo comparto.

Lo que se vivió en el estadio Chivas, no es un clásico, es otra cosa, pero no puede ser llamado clásico.

Guadalajara perdió no sólo la posibilidad de defender el título, no pudo retener a Cota. Extraviaron a Alan Pulido. Rodolfo Pizarro terminó confundido. Orbelín Pineda reducido a sólo un buen recuerdo. Javier Chofis López se mantuvo “envuelto en papel periódico” buscando madurar. Salcido cada vez más cerca del retiro. Y así uno a uno, cada jugador fue reducido a su mínima expresión.

Matías Almeyda se vio rodeado más de incertidumbre que de continuidad y terminó su último juego en casa, lamiendo sus heridas y haciéndole guiños a una salida del club, en su última aparición ante los medios.

El Guadalajara fue un gran contendiente al título, y lo ganó, pero un mal campeón, no supo defender la corona. Campeón, mucho título y muy poco futbol.

futbol@eluniversal.com.mx

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