Ciudad Juárez.— Humberto, su esposa y sus dos hijas encontraron un sitio para vivir sin tener que pagar renta, tras sufrir los efectos económicos de la pandemia.

Con el rostro bañado en sudor, Humberto cava una fosa séptica a escasos dos metros de su nueva casa, mientras soporta 40 grados de temperatura, mientras su hija de seis años juega con su mascota en el patio.

Humberto Montañez Sánchez llegó a la colonia Ampliación Juanita Luna hace tres meses, ahí encontró un pequeño terreno para construir una vivienda de madera y eso le dio la posibilidad de dejar de pagar renta, pues una vez iniciado el confinamiento, su sueldo como ayudante de mecánico se redujo a la mitad y ya no pudo seguir pagando el lugar donde vivía.

“Se puso muy feo y no nos alcanzó para la renta, por eso vinimos para acá”, explica.

En este asentamiento hay cerca de 50 casas, todas tienen las mismas características: hechas con tablas, sin cimientos y techadas con lámina de cartón negro, en el mejor de los casos, y hule en las situaciones más precarias. Los terrenos están delimitados por pequeños barrotes o ramas de vegetación de la zona.

Las condiciones de higiene no son las mejores. A unos 10 metros de la casa de Humberto hay un basurero que, con las altas temperaturas y la lluvia, desprende olores desagradables; no obstante, él y su familia están agradecidos porque cuentan con lo fundamental para sobrevivir: agua potable, aunque escasa, y energía eléctrica que obtienen de un diablito que colgaron en un poste cercano.

Para llegar a la Ampliación Juanita Luna es necesario recorrer todo Ciudad Juárez hacia el poniente, casi hasta llegar a la ruta conocida como Camino Real, un fallido intento de periférico que está en pésimas condiciones y donde los homicidios ocurren a plena luz del día.

Pese a ello, la distancia y la inseguridad, Humberto viaja en bicicleta a su trabajo. “No nos alcanza para el camión. Estoy trabajando un día sí y otro no, por eso me voy en bicicleta, de ida hago una hora y de regreso una y media por el cansancio y el sol”, comenta.

La familia Montañez vive al día, y la esperanza de que las cosas mejoren se refleja en la planta de parra que adorna y ofrece una pequeña sombra en el patio de la casa, donde forma una enredadera que apenas crece con los cuidados de Andrea, esposa de Humberto.

El ayudante de mecánico asegura que lo poco que tienen lo han trabajado, no han recibido ningún tipo de ayuda por parte de las autoridades.

“Acá no ha venido nadie, no nos han traído nada y vivimos de lo que trabajamos. Nos hemos tenido que ajustar a lo que podemos comprar con nuestro sueldo. Gracias a Dios que hay trabajo, aunque sea poquito”, dice.

La colonia es un espacio tranquilo, con estrechas calles de tierra y zanjas, pero los niños que habitan la zona pueden salir a jugar sin riesgo de algún accidente, por la escasez de autos.

Por ahora, la ida a la escuela no representa un problema para Humberto y su esposa, porque cuando llegaron ya se habían suspendido las clases. Dicen que cuando se reinicien ya verán cómo llevan a las niñas.

“La escuela que hay está bastante retirada y no hay transporte, pero ya veremos qué pasa cuando se reactiven las clases presenciales”, dicen los padres de Andrea y Alejandra, de seis y 10 años de edad. Por ahora, se concentran en subsistir y no permitir que a sus hijas les afecte tanto el cambio de vida al que los orilló la pandemia.

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