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Juchitán.— Felina tuvo que esperar 16 años para volver a entrar vestida con el elegante traje regional a una vela en honor a San Vicente Ferrer, santo patrono de Juchitán, en el marco de las fiestas titulares de este pueblo zapoteca lastimado por los sismos de 2017.
Felina llegó a las 9:00 de la noche en punto a la fiesta de su pueblo. Fue la primera muxe en entrar portando uno de sus mejores trajes, bordados de flores para la ocasión, detrás llegaron las demás. Ella siempre se sintió orgullosa de la vestimenta que le heredaron sus abuelas, símbolo de su identidad como zapoteca. El jardín de flores lo porta en los días de fiesta y en los días de mercado, es parte de su vida diaria.
Durante más de una década y media se le prohibió la entrada a esta fiesta comunal por vestir con el traje tradicional, más que por ser muxe, porque las reglas de etiqueta instauradas por algunas cofradías de las fiestas nocturnas que dan identidad a este pueblo zapoteca del Istmo de Tehuantepec así lo establecieron.
El argumento fue que las muxes se apropian de la vestimenta “exclusiva” de la mujer istmeña. Así se normalizó la transfobia en el reino zapoteca conocido internacionalmente por su “tolerancia” y su “orgullo” a este “tercer género”, y donde en febrero asesinaron a Óscar Cazorla, activista y “matriarca” de esta comunidad. La realidad es que el paraíso muxe no existe.
Las flores que prohibieron. No todas las muxes en Juchitán visten de mujer, pero un gran sector de esta comunidad ha decidido adoptar la feminidad de la identidad zapoteca, entre ellas está Felina Santiago, una estilista de 45 años y activista de la colectividad LGBTTTIQ desde hace 23. También forma parte de la agrupación Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro que lucha por el respeto a sus derechos en la sociedad juchiteca.
Felina recuerda que la prohibición a las muxes llegó a Juchitán cuando una de ellas acudió a la vela de San Vicente, lado norte, siendo candidata a una diputación federal y entre los invitados repartió propaganda de su partido, lo que desató la ira de una anciana que integraba la sociedad de la vela. Ese fue el pretexto para sembrar al siguiente año la transfobia disfrazada de “respeto a la tradición y la costumbre”.
“De ahí se agarraron otras velas para prohibirnos la entrada, de ahí mostraron esa transfobia y homofobia que llevaban guardando por mucho tiempo. Antes entrábamos sin problema alguno, respetábamos la etiqueta y entrábamos hasta de traje de noche, entrábamos con nuestro cartón y nuestras limosnas”, recuerda Felina.
“Fue humillante escuchar en los carros que dispersan la invitación por el pueblo en altavoces, que teníamos prohibido la entrada, además era indignante como lo anunciaban: hombres vestidos de mujer” , comenta la muxe sentada en su estética.
Para no pasar vergüenza y no ser humilladas, la comunidad muxe decidió no asistir por 16 años a las cuatro velas en las que se les prohibió la entrada con su vestimenta de gala: San Isidro Labrador, Angélica Pipi, Calvario y San Vicente Ferrer Norte y Sur. Todas dedicadas al patrono del pueblo y realizadas durante las fiestas de mayo.
Pero la comunidad muxe decidió luchar por años exigiendo su derecho a participar en las fiestas comunales de Juchitán, porque se consideran las otras hijas de San Vicente con el legítimo derecho a portar el traje.
“No somos ciudadanos de segunda o tercera, también por nuestras venas corre sangre zapoteca y como tal exigimos ser tratadas. Hoy logramos entrar a una de las cuatro velas que teníamos prohibidas. Es un gran paso, pero seguiremos para que las demás se abran y lo haremos a través del diálogo entre hermanos”, expresa Felina, y agrega que buscarán acuerdos por una convivencia de respeto.
“Las muxes somos parte importante de la vida económica, damos ese valor y orgullo a nuestro pueblo, no tenemos por qué ser rechazadas ni segregadas. Exigimos respeto, como lo dice nuestra Carta Magna”, comenta Enrique Godínez , titular de la Dirección de Diversidad Sexual de Juchitán, quien acompañó a Felina a recibir a los invitados.
La vela de San Vicente Ferrer Sur fue la primera que decidió abrir sus puertas a la comunidad muxe y ellas mismas decidieron instalar un tercer baño exclusivo, para tener más privacidad. Con ello buscan comenzar una tradición de que en espacios públicos haya baños para este “tercer género”.
Exclusión, por ser pobre o muxe.
Para el etnohistoriador Gubidxa Guerrero, desde los años 40 un sector de la sociedad elitista en Tehuantepec y Juchitán comenzó a condicionar la entrada a las fiestas tradicionales. Las primeras excluidas fueron mujeres pobres, pues los trajes regionales (que son muy caros) debían predominar y quien no podía comprarlos no podía entrar. Fueron las primeras discriminadas.
Luego en Juchitán y después en Tehuantepec, se le impidió a las muxes la entrada porque empezaron a reivindicar su identidad cultural vistiéndose como sus madres y abuelas, portando sus mejores trajes coloridos. Así que para este investigador zapoteca, a las muxes no se les excluyó por su género, sino por su reivindicación cultural.
“La exclusión no se limita a las muxes, sino también a las mujeres pobres, y eso se mantiene. Tan sólo hay que ver en las invitaciones que piden riguroso traje regional. Lo más absurdo se da en las velas de Tehuantepec que crearon un protocolo del traje ideal, por lo que a las muxes se les discrimina por vestir el traje como una forma de identidad.”