Tijuana.— A su espalda está la bandera del país que la deportó, aun así Rocío la mira con orgullo, porque es el sitio en el que vivió por más de tres décadas y por el cual peleará para regresar, pues allá es donde está su vida: sus tres hijos y sus tres nietos, su trabajo, su negocio y todo por lo que trabajó 12 horas al día todos estos años.
Este jueves se cumple una semana de que Rocío Rebollar fue deportada por el gobierno estadounidense a Tijuana, donde ha vivido con una media hermana cerca del Cañón del Sainz, a unos cuantos kilómetros del muro que divide esta ciudad del condado de San Diego.
Aquí voy a resistir y luchar por regresar, asegura Rocío desde el sillón instalado en el centro de la sala dentro del Bunker, un refugio que comparten las organizaciones Dreamers Moms USA/Tijuana, A.C. y la Casa de Apoyo a Veteranos Deportados en Tijuana.
El plan aún no está definido pero sabe con toda certeza que ninguna madre debería ser separada de los hijos que ha criado, y por quienes se levantada a las tres de la mañana a trabajar.
A Rocío se le escapan algunas lágrimas cuando recuerda a sus hijos. No logra entender cómo es que ella se convirtió en una prioridad para el gobierno: se trata de una mujer sin antecedentes criminales, que no pidió beneficios de gobierno y que además aportaba a las arcas del Estado pagando sus impuestos.
“Lo pienso y lo pienso y cada vez estoy más segura de llegar a la misma conclusión”, explica la madre del teniente Segundo de Inteligencia del ejército anglosajón, “yo soy una víctima del sistema, tal vez este es el precio que hay que pagar por soñar y que mis hijos estén bien”.
La historia de Rocío no inicia con su deportación. A ella Estados Unidos le negó la posibilidad de ordenar su condición migratoria hace casi 20 años, cuando había cumplido ocho de vivir allá y tenía la posibilidad de resolver su condición migratoria —porque las leyes en ese momento así lo marcaban—. Dice que un agente de migración le arrebató esa oportunidad.
Recuerda que no había cumplido ni 30 años cuando fue deportada, en ese tiempo estaba embarazada de ocho meses. Regresó a Estados Unidos porque quería que su hija naciera en el país que consideraba su hogar y por la preocupación de separarse de otros hijos.
Señala que entonces nadie le dijo que tenía opciones para arreglar su situación y en menos de 12 horas ya la habían expulsado sin darle la oportunidad de contratar a un abogado. La historia se repitió años más tarde. La volvieron a deportar, pero en esa ocasión intentó hacer las cosas diferente. En migración le dijeron que ella podría convertirse en residente o ciudadana y cuenta que ella les creyó.
Solicitó regularizar su situación y eso, dice Rocío, fue su peor error. Confió en ese agente y en su consejo que al final sólo sirvió para ponerla bajo el radar del gobierno que se empeñó en sacarla, aun siendo madre de un militar.
Sin embargo, Rocío aún cree que su sueño de regresar con su familia es posible.