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A Felicidad lo que la hizo migrar fue la tristeza. Llegó por primera vez a la Ciudad de México cuando acababa de cumplir 15 años, huyendo de las carencias que vivían hace 50 años algunas comunidades de Oaxaca. Originaria de San Pedro Ixtlahuaca, pueblo con raíces zapotecas de los Valles Centrales, había pasado tres años trabajando en la pisca de café en Veracruz y ahora emprendía el viaje para trabajar como “muchacha” en una casa adinerada de la capital.
Era 1970 y como las rutas de autobuses Oaxaca-Distrito Federal eran escasas, Felicidad viajó en tren, con la seguridad de que al llegar ya tendría empleo. A sus 64 años, recuerda que en esos años migrar a la capital “era una moda”, pues el éxodo era la única opción para afrontar tanta pobreza.
—Te hace migrar que no tienes qué comer, pero sobre todo la tristeza de ver a tus padres que sufren. Tienen tantos niños y no tienen qué darles, reflexiona.
La historia de Felicidad es similar a la de Cleo, el personaje al que Yalitza Aparicio encarnó en “Roma”, la multipremiada película del director Alfonso Cuarón, que le valió a la actriz oaxaqueña una nominación a los Óscar y le trajo fama internacional.
En realidad, es la historia de al menos 146 mil trabajadoras del hogar hablantes de lenguas indígenas que en 2016 contabilizó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Esta cifra representa 8.4% de los 2.2 millones de mujeres dedicadas a esta labor. A todas ellas Yalitza les dio rostro.
Según datos oficiales, los flujos de mujeres que dejan sus comunidades para emplearse en el trabajo doméstico no se detienen, pues 28.6% son migrantes. La mayoría, 80%, deja entidades expulsoras, como Oaxaca, para trabajar en núcleos urbanos como la Ciudad de México y Nuevo León, donde cinco de cada 10 empleadas son migrantes. Quintana Roo tiene la cifra más alta, con ocho de cada 10.
Buscar otra vida
—Yo siempre supe que quería otra vida. Si no te ibas, sólo te quedaba casarte, tener hijos y tener una vida como la de tus padres, dice Felicidad, luego de explicar la forma en la que migraban las mujeres jóvenes de Oaxaca en los años 70 y 80.
—Venía una que ya trabajaba ahí y se llevaba a otra. No había carta de recomendación, nos recomendábamos entre nosotras.
Felicidad, por ejemplo, fue de las primeras jóvenes que se llevó una de sus vecinas que trabajaba en la capital. Luego siguieron una tía suya y otras seis muchachas. A todas les pagaban un promedio de 180 pesos al mes por un trabajo sin horarios y sin prestaciones. Dormían en cuartos de servicio y tenían un día de descanso.
Hoy, la situación no es distinta. Según el Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (Conapred), hasta 2014 un 38.8% de ellas consideraba que tenían trabajo excesivo, 19.3% aseguraba recibir tratos que atentaban contra su dignidad y sus derechos laborales, y 97.3% no tenía servicios de salud.
De acuerdo con el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH), esto está a punto de cambiar. En un video conjunto Marcelina Bautista, dirigende de la organización, y Alfonso Cuarón, informaron que el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) pondrá en marcha un plan piloto para que las trabajadoras del hogar cuenten con atención médica, pensión, fondo para el retiro y otras prestaciones.
Es la misma organización que alzó la voz tras un insulto racista contra Yalitza y que participa en el “Romatón”, proyecciones de la película para sensibilizar sobre los derechos de las empleadas del hogar.
Felicidad trabajó por 12 años. Dice que tuvo suerte de emplearse con una familia humanitaria que la arropó, cuando a los 27 años los dejó para casarse y tener dos hijos, de quienes su empleadora pidió ser la madrina de bautizo. Más de tres décadas después se siguen frecuentando.