Tijuana.— Cuando Luciana llegó a su departamento supo que la violencia, la misma que ha obligado a muchísimas mujeres transgénero a escapar, la había alcanzado.

Apenas unos días atrás policías municipales la detuvieron injustamente mientras caminaba; días después, desconocidos irrumpieron en su hogar y negocio y robaron, no sólo lo que construyó durante ocho años, también se llevaron su carro y aniquilaron su confianza.

Ella, junto a otras más de 70 chicas trans, cruzó a Estados Unidos y dejó atrás su vida en la frontera. Allí inició su proceso para recibir asilo.

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Prácticamente diario, desde hace dos meses, miembros de la comunidad transgénero son recibidos por el gobierno estadounidense. Huyen del odio que apenas las deja sobrevivir. Para quienes se quedan, es estar en pie de guerra para obligar a la sociedad a reconocer sus derechos.

El éxodo

“Nunca antes habíamos visto tantas mujeres irse”, narra Susana Barrales, directora de Casa Trans, una organización y albergue para esa comunidad.

“¡Mira esto!”, dice mientras toma un fajo de hojas blancas con listas interminables de nombres, desconocidas y también amigas, “ve, me estoy quedando sola. Éramos muchísimas y ahora no queda casi nadie, ni las que tenían años aquí”, lamenta.

El nombre de Luciana es parte de esa lista. Hace casi tres semanas dejó todo. Vivió ocho años en Tijuana y fue ejemplo para la comunidad, lejos del estereotipo del turismo sexual como forma de vida. Creó una tienda de ropa que le sirvió para independizarse y crecer. El sueño apenas le permitió resistir casi una década, antes de que la discriminación tumbara su puerta.

Antes de abandonar Tijuana y que desconocidos robaran su casa, Luciana había sido golpeada y detenida. El poder de saber sus derechos le permitió defenderse cuando un par de policías locales la arrestaron por caminar y todavía quisieron extorsionarla: “libertad a cambio de dinero”, le dijeron. Aun cuando pasó un tiempo en la comandancia denunció a sus agresores.

Susana, como activista, la acompañó en aquel entonces al Ministerio Público para iniciar los trámites. Nada hicieron con su agresión, nadie fue sancionado por el arresto ilegal.

Lo que sí pasó es que unos días después de la denuncia ocurrió lo que nunca antes: desconocidos irrumpieron en su casa y desperdigaron su odio en los objetos de Luciana y con ellos se llevaron su seguridad.

Después de que violaron su intimidad y de convertirla en una víctima más de la violencia de Tijuana, vivir aquí ya no fue una opción. Luciana pidió apoyo de la organización que dirige Susana, arrancó su proceso para pedir asilo y ahora está en un país que no conoce y sin familia; empezó desde cero a reconstruirse.

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El refugio

Casa Trans se ha convertido en la antesala para cruzar a Estados Unidos; una pequeña oficina ubicada en Zona Norte, cerca de donde vive una gran parte de la comunidad. Está casi marginada a un espacio de tolerancia y de negocios de giros negros, como bares, clubes nudistas y turismo sexual. Aquí, en el corazón del centro de la ciudad, es a donde decenas de personas transgénero llegan cuando no tienen a dónde ir.

Víctor Clark es un perito en las cortes estadounidenses. Durante años, el también activista de derechos humanos ha asistido a los juicios de procesos de asilo y refugio y su percepción es contundente: el porcentaje de éxito en casos de asilo o refugio es bajo, casi nulo. Sin embargo, dentro del grupo que es aceptado, la comunidad diversa es la que más posibilidades tiene.

“De los grupos vulnerables, la comunidad [transgénero] es la más vulnerable, existe un odio desbordado que de verdad pone en riesgo su vida”, explica.

“Existe una deuda histórica y aquí en frontera siempre han existido estos juicios, hubo un tiempo [con Donald Trump] que cerraron la puerta, pero ahora nuevamente fue abierta y los casos repuntaron”, agrega el especialista.

Mientras que a principio de año Casa Trans documentaba uno o dos casos por mes, esa cifra actualmente quedó rebasada. Tan sólo la semana pasada un grupo de 15 personas fue trasladado a la Garita El Chaparral donde, con apoyo de personal de migración, cruzaron para continuar su proceso de asilo en Estados Unidos.

Antes de Luciana fue Leslie, otra chica trans que también cruzó a la Unión Americana. Ella no fue detenida, a ella le dieron un balazo y por el rechazo de personal médico mejor pidió ayuda a Susana. Después de mejorar y pasar un par de días en un albergue, se trasladó al otro lado de la frontera.

Casa Trans recibe entre tres y cinco víctimas de agresiones que van desde golpizas, detenciones ilegales, agresiones o ácido o, incluso, con arma. No todas sobreviven a los crímenes de odio.

En agosto de 2020, Janine, una activista transgénero fue asesinada: acuchillada dentro de su propia casa. Su caso sigue impune.

“Me da tristeza porque todo lo que hemos avanzado y esta lucha tiene que ver con mejorar la calidad de vida aquí, aquí en nuestro país”, lamenta Susana.

“Pero al final pienso aquí o allá lo que hacemos, resistir al odio, es salvar vidas, no importa donde estén aquí o allá, pero vivas”, señala.