Ixmiquilpan.— Ellas sólo tienen un deseo, decirles que los quieren. Son madres que durante 20 y 30 años no han visto a sus hijos, quienes decidieron partir a Estados Unidos en busca de una mejor vida para los suyos. Hoy, estas mujeres sólo viven para volver a verlos.
En Ixmiquilpan los pobladores tienen dos opciones, quedarse en sus comunidades o migrar a Estados Unidos, así como lo han hecho sus antepasados. Magdalena Ortiz es una de las tantas madres que se quedan sin sus hijos, la migración se los ha arrancado.
Ella dice que en su pueblo, Julián Villagrán, no hay muchas oportunidades; por ello, Nicolás un día tomó la decisión de partir. En la cabeza sólo tenía un objetivo: darle a sus padres y hermanos una mejor vida.
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Pero entonces no imaginaba que al cruzar la puerta ya no volvería. Han pasado casi 20 años de esa mañana en que decidió partir, él tenía entonces 15 años, apenas un adolescente que había terminado la secundaria. Atrás quedaba el pueblo, sus padres y los amigos.
Hoy, Magdalena, de 59 años de edad, y su esposo Zenón, de 72, solamente tienen un deseo, volver a ver a ver a su hijo.
Cada día que pasa, dice, es uno menos para volver abrazar a Nicolás.
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Nicolás no vuelve a casa
Nicolás, quien tiene ya una vida hecha en Estados Unidos, casado y con dos hijos, no ha podido regresar a su comunidad.
Su madre asegura que al no contar con documentos que le den la garantía no se quiere arriesgar, tiene temor de no poder cruzar nuevamente.
Magdalena no puede contener las lágrimas y recuerda cómo fue la partida de su hijo, él apenas tenía 15 años, pero veía cómo batallábamos; entonces me dijo: “Ma, me voy a ir para Estados Unidos. Yo le contesté que no, aquí nosotros nos las arreglamos y comemos con lo que sea, frijolitos, pero nada nos faltará. Tuve miedo, pensé muchas cosas y solamente le pedí a Dios que lo cuidara y lo protegiera.
“Él no hizo caso y el día que salió de la casa nosotros no estuvimos tranquilos hasta que nos habló y nos dijo que ya estaba en la frontera. Allá estuvo casi un mes, hasta que le tocó turno de poder cruzar, pero nos cuenta que sufrió mucho”.
Magdalena no puede entrar en detalles, las lágrimas corren por sus mejillas y sólo alcanza a contar que cruzaron por el desierto y pasaron muchas cosas.
Hoy dice que todo está mejor, su hijo está asentado en el país del norte y apenas hace un año pudo conocer a sus nietos; una joven de 16 años y un niño de 11.
“No hay nada que pague su ausencia, cuando nos manda dinero yo no lo quiero ni agarrar, porque yo sé que ese es el sufrimiento de mi hijo. No sólo es un dólar que me llega, sino que es su trabajo, su sacrificio de dejarnos y mi dolor y de no tenerlo”, dice Magdalena.
Explica que ella y su marido Zenón han gestionado su visa para poder visitarlos. Zenón ya cuenta con ella, pero por su estado de salud al tener cirrosis se le dificulta poder moverse.
“Yo por eso también estoy pidiendo mi visa para poder acompañarlo, pero sobre todo para abrazar a mi hijo. Tocarle la cara, porque no es lo mismo que me llame por teléfono a poder abrazarlo.
“Yo lo extraño todos los días, cuando me habla por teléfono, al irse al trabajo, al acostarme, al comer. No hay un minuto en que no piense en él. Yo preferiría que no tuviéramos dinero, pero tener aquí a todos mis hijos”.
Magdalena dice que Nicolás no es el único que intentó el sueño americano, también su hijo Zenón, el mayor; sin embargo, él no tuvo suerte y la migra lo detuvo, por lo que estuvo seis meses en retención.
“Nosotros nos enteramos de que no había podido cruzar bien, pero no pudimos hacer nada, así que él estuvo encerrado en la cárcel”. Señala que al salir le contó que no lo maltrataron, pero no le daban de comer bien.
“Yo le rogué que ya no lo volviera intentar, que se quedara y le dejaba mi negocio, yo vendía tamales y le di los dos puestos para que él pudiera sobrevivir.”
Dice que las cosas no fueron fáciles para Zenón, incluso su esposa lo abandonó cuando él decidió irse a Estados Unidos. “La familia se desintegra, no conoce uno a los nietos, los hijos cambian y todo porque por dinero no hay nada que pague el que lo extraño cada día”.
Pasan los años y no podemos encontrarnos
Gerardo y Bertha es otro matrimonio que tienen 20 años de no ver a sus hijos. Gerardo fue migrante en sus años de juventud, pero a él lo deportaron, por lo que ya no intentó nunca volver a pasar; sin embargo, los hijos sí lo hicieron, ya que en su comunidad, La Unión, la pobreza se encuentra en todas las esquinas.
“A lo mejor por mi historia ellos no quieren repetirla y como no tienen documentos no pueden venir”, cuenta Gerardo.
Ellos tienen a tres hijos en Estados Unidos, en Hidalgo únicamente se quedaron las mujeres, hoy viven día a día en espera de poder volver a verlos.
Los cinco varones no volvieron
Enriqueta Hilario y su esposo Carlos sólo quieren volver a ver a sus cinco hijos.
Todos están en Estados Unidos y desde hace 35 años que se fueron no regresaron.
Enriqueta trae un teléfono celular que no suelta en ningún momento, “es que ahí me hablan mis hijos y yo no quiero que cuando hablen no conteste”.
En México sólo tiene una hija, el resto vive en Carolina. Ellos se cooperaron y empezaron a gestionar los pasaportes y visas para que sus padres puedan acudir a Estados Unidos.
Enriqueta dice que, aunque no los ha podido abrazar, sí le hablan por teléfono y está en contacto con ellos. Hace algunos meses intentaron hacer los trámites para la visa; sin embargo, sólo fueron estafados, hoy ambos adultos ya cuentan con sus documentos y únicamente esperan el momento en que puedan tomar el avión y por fin volver a reunirse.
“Yo no sé cómo estén, sólo les hablo por teléfono, a veces aparece su foto, pero no estoy segura si así son. Yo me quisiera quedar mejor a vivir allá con ellos, ya no los quiero extrañar”.
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