Tijuana.— Alberto siente nervios. En el consultorio de su médico en el San Ysidro Health Center le han dicho que califica para ser vacunado contra el Covid-19 .

Aún no cumple los 65 años, pero el cáncer de garganta que venció se ha convertido en su pase de entrada para ser parte de uno de los primeros grupos en ser inmunizados en Estados Unidos , a pesar de ser residente en territorio mexicano.

Aunque vive en Baja California —donde la cifra de contagios supera los 43 mil, la de muertes los 7 mil y que tiene una de las tasas de letalidad más altas del país por encima de la media con 16%—, Alberto también es uno del medio millón de ciudadanos americanos que viven en México y que tienen acceso a la vacuna, pero en el vecino país.

En su caso no siempre fue así. En realidad nació en Tijuana, pero con una madre estadounidense, obtuvo la residencia y finalmente la ciudadanía. Por casi 60 años su vida ha estado dividida entre dos países.

Se considera tijuanense. Vive en el fraccionamiento Chapultepec Hipódromo, una de las zonas más exclusivas de la ciudad. La ubicación de su casa fue una especie de casualidad al instalarse justo en ese punto cuando a su alrededor no había nada, sólo cerros y polvo.

Su rutina, afirma Alberto, siempre fue nocturna. Aunque vivía en la frontera del lado mexicano siempre trabajó en Estados Unidos.

Durante su vida laboral se dedicó a administrar hoteles en el turno nocturno, porque eso le permitía descansar mejor sin tener que madrugar. Ahora, jubilado tras superar el cáncer, sólo cruza a EU a su revisión.

El día cero

Hoy es uno de esos días en los que madruga. Son las 3:30 de la mañana. Los nervios lo mantienen despierto desde hace dos horas. Cuando el reloj marca casi las cuatro, empieza a vestirse para salir al hospital para llegar a su cita, en la que también le pondrán la vacuna.

“Nadie me ha regalado nada”, explica Alberto: “Son más de 30 años los que trabajé y le entregué a Estados Unidos mi trabajo; no puse la mano nada más para que me dieran. Fui a trabajar y cada cosa me la gané con el sudor de mi frente, hasta esta vacuna”.

A pesar del riesgo —edad y comorbilidad— entre él y los suyos se ha sabido cuidar. Es casi un año de vivir bajo encierro y con la preocupación del contagio. Ahora, en la antesala de la inyección que podría blindarlo, también surgen las dudas.

“Es un acto de fe. No tenemos tanta información y es fácil para todos decirme que me inyecte [contra el Covid], pero los efectos serían para mí. Hemos sobrevivido a la pandemia; todo es nuevo. Se vale dudar”, asegura mientras camina a la garita.

Las citas con el médico van a continuar, dice, para decidir lo mejor para su salud y para el resto, no sólo su familia, sino para el país donde vive y para aquel a donde todavía cruza.