Ciudad Juárez.— La que se vive desde hace varios años en México y que parece no tener fin, se trasladó este año a la frontera norte.

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Miles de personas llegaron a lo largo del año procedentes de Centro, Sudamérica, el Caribe y otros países, incluyendo Ucrania, en busca de una oportunidad para solicitar asilo en Estados Unidos. Pocos lo lograron, la mayoría quedaron varadas en campamentos improvisados y albergues en Tijuana, Piedras Negras, Acuña, Matamoros y Reynosa.

Para muchos, la incertidumbre gira en torno al Título 42 —la norma impuesta por Donald Trump durante la pandemia que permite regresar de manera inmediata a los migrantes detenidos por la Patrulla Fronteriza—. Primero se dijo que el gobierno del presidente Joe Biden podría levantar su aplicación en mayo, pero la decisión se postergó al 21 de diciembre y no hay fecha de discusión.

Esta promesa es lo que tiene a miles de personas esperando en las principales ciudades fronterizas de México. El gobierno de Washington teme una nueva crisis migratoria ante un ingreso masivo de personas a lo largo de la frontera binacional.

La ola haitiana

En enero, EL UNIVERSAL documentó el flujo masivo de migrantes haitianos en Ciudad Juárez. Debido a la gran cantidad de personas, muchas fueron recibidas en iglesias y otras sobrevivieron en las calles.

La oleada haitiana tuvo su momento más fuerte entre mayo y junio en Coahuila, particularmente en Acuña, donde de una semana a otra llegaron miles de migrantes dispuestos a cruzar caminando el río Bravo para entregarse a las autoridades estadounidenses, que les llegaron a bloquear el paso, incluso con caballos.

El problema con la migración haitiana es que Estados Unidos no los reconoce como solicitantes de asilo porque considera que son migrantes económicos.

La ola ucraniana

A finales de marzo, a más de un mes del inicio de la invasión rusa a Ucrania, cientos de ciudadanos de ese país europeo llegaron vía aérea a Tijuana, desde donde se organizó su paso a Estados Unidos sin más contratiempos que una espera que podía durar, en el peor de los casos, un par de días.

La ola venezolana

Si bien la migración venezolana ha sido constante en los últimos años, en el periodo fiscal 2022 (1 de octubre de 2021 al 30 de septiembre de 2022) registró un incremento de 293% con respecto al año previo. El 12 de octubre el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) anunció un cambio en los requisitos para el ingreso de venezolanos en busca de asilo.

Las nuevas medidas establecen que deben realizar un registro previo por internet, ingresar a territorio estadounidense por vía aérea y tener un familiar que se haga responsable económicamente de ellos.

Esto cerró las puertas a miles de familias que estaban en México y esperaban cruzar a pie la frontera para entregarse a las autoridades y solicitar asilo. Pese a las nuevas disposiciones, la llegada de venezolanos no cesó. En octubre, en Ciudad Juárez, instalaron un campamento a la orilla del río Bravo y protestaron a diario.

El 1 de noviembre se desató un enfrentamiento entre migrantes y agentes de la Patrulla Fronteriza, quienes dispararon balas de goma. Finalmente, el campamento fue desalojado el 20 de diciembre y la seguridad reforzada del lado estadounidense.

Cientos de venezolanos permanecen en Ciudad Juárez y no pierden la esperanza de cruzar.

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El flujo nicaragüense

En las últimas semanas, miles de ciudadanos de Nicaragua llegaron en camiones a Ciudad Juárez y formaron filas kilométricas para entregarse a las autoridades estadounidenses y solicitar asilo.

Su presencia masiva ha llevado al gobierno estadounidense a colocar una maya ciclónica en el margen norte del río Bravo en un intento de disuadir a cientos de personas que llegan a diario para solicitar asilo político. Muchos están durmiendo a la intemperie pese a las bajas temperaturas.

En tanto, en la frontera sur de México, decenas de migrantes de diversos países entran a diario a territorio nacional por la selva de Chiapas y cruzan el país con polleros que les prometen llevarlos a la frontera norte a cambio de miles de dólares, algo que no siempre se cumple y, en casos extremos, les cuesta la vida, no sólo en territorio nacional, sino también en el paso del desierto de Arizona, donde los que ya no pueden caminar son abandonados por los coyotes. Los que tienen suerte son rescatados por voluntarios de organizaciones como las Águilas del Desierto.

Javier Calvillo, párroco y titular de la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, asegura que quienes sacaron adelante la crisis migrante este año fueron los albergues, en su mayoría pertenecientes a iglesias y voluntarios.

“El gobierno muy indiferente, sin presencia. Ha sido un año crítico, muy doloroso, muy pesado para la frontera y sobre todo para nosotros como albergues”.