Apoala.— Desde hace cinco años, la comunidad de Santiago Apoala, Oaxaca, vive un fenómeno que ya se observa en otros municipios del estado: familias que tradicionalmente migran a Estados Unidos han decidido regresar o quedarse alternando los trabajos del campo con algún negocio enfocado al turismo, contribuyendo a que se detenga la migración.
En una libreta de registro, la profesora y síndica municipal Rufina López López tiene el número de habitantes, su grado de estudios, así como otros datos que ayudan a conocer la movilidad de Apoala, que desde hace años cuenta con un proyecto de ecoturismo comunitario.
“Nos corresponde hacer el censo por año, precisamente por la movilidad que hay. En 2022 no se movió, al contrario, en lugar de ir a la baja hubo alta por la gente que regresó e hizo que se incrementara el número de ciudadanos que ahora viven en la comunidad”, explica la síndica.
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En una llanura verde, rodeada de colinas, bajo los pies de peñascos, se encuentra Santiago Apoala, considerado el corazón de la nación savi, en la Mixteca Alta de Oaxaca. A lo largo de la fila de peñascos yace el agua que corre en el río que atraviesa la mitad del pueblo hasta desembocar en una gran cascada, para continuar hacia la Reserva de la Biosfera Tehuacán–Cuicatlán. Un lugar que posee un enorme atractivo natural.
Como en muchas comunidades de la región, la migración no es ajena, aunque su movilidad es al interior del país; de acuerdo con el Banco de México (Banxico), esta localidad no recibió ni un solo peso de remesas en julio pasado. Mientras que, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 2020 Santiago Apoala fue el municipio de Oaxaca con menor movilidad entre los que reportan mayor saldo migratorio interno.
Favorece a la comunidad
Autoridades y pobladores de Apoala afirman que la migración se ha detenido un poco debido al turismo que ha tomado fuerza: “De hace cinco años para acá, en lugar de migrar, las personas están regresando a vivir a la comunidad.
“Gracias al turismo, la gente regresa, emprende y le da empleo a las personas que están acá. Va lento, pero sí se está notando que el turismo nos está favoreciendo”, indica con seguridad Rufina López.
Por ejemplo, en la recepción del módulo del parador turístico de Apoala trabaja una joven que recién egresó de la preparatoria y que antes estaba al frente de la biblioteca comunitaria: “Ella también fue guía durante muchos años; conoce todo acerca del funcionamiento del parador turístico. Nosotros la sugerimos para quedarse al frente del módulo”, explica Rufina.
El coordinador del parador tiene un año que regresó, solicitó el trabajo y se lo dieron. Otro de los jóvenes, del núcleo de Jazmín, se ofreció para ser policía: “Venía de la ciudad y ahora vive acá en Apoala”.
Está el caso de la dueña de un restaurante, quien se fue a la ciudad y regresó hace siete años, puso su negocio y emplea a dos madres jóvenes.
“Hay otra familia que emprendió un comedor cerca de las cabañas; cerca hay otras dos familias que se vinieron de Oaxaca”, dice la síndica, quien también es una de las personas que hace poco regresó a la comunidad con una de sus hijas.
El retorno de muchos migrantes se hizo más visible a partir de la pandemia; en ese lapso también volvió don Octavio con su familia de cinco integrantes, y la señora Juana, con cuatro familiares más.
Desarrollo autónomo
El proyecto ecoturístico ha servido para dotar de autonomía a las comunidades de Apoala en el desarrollo de su infraestructura, de acuerdo con sus necesidades. En el último reparto de utilidades, a cada núcleo le tocaron 40 mil pesos y las comunidades decidieron el destino de esos recursos. “Por lo regular lo invierten en su camino o en mantenimiento, o construyen alguna cosa que les sea prioritaria”, dicen las autoridades.
Otra parte de las utilidades las reinvierten en el parador, mientras que el último gasto lo hicieron en la ampliación del tramo carretero que lleva hasta la localidad: “Se invirtieron 750 mil [pesos] en maquinaria para romper el cerro y ampliar esa carretera donde fuimos afortunados en que nos tocara camino artesanal”. Con estas obras, cubiertas con dinero emanado del parador, las autoridades locales señalan que los recursos federales del Ramo 33 son destinados a obras de primera necesidad: agua potable y electrificación.
Comunal y consciente
Apoala está rodeado de leyendas y mitos, lo que ha propiciado el aumento de turistas locales, nacionales e internacionales, en los últimos cinco años; no obstante, la comunidad recibe visitas desde hace 20 años.
El parador turístico se constituyó legalmente como empresa ecoturística comunal en 2011; está conformado por un consejo administrativo y lo encabeza el presidente de Bienes Comunales, le siguen el Consejo de Vigilancia de Bienes Comunales y la autoridad municipal, en coordinación con los agentes de las cinco comunidades de Apoala.
Entre las actividades que ofrece están excursiones a los peñascos, grutas, cuevas y un mirador. También hay pinturas rupestres, hospedaje en cabañas con todos los servicios, así como campamento al aire libre. Su mayor atractivo es la cascada cristalina Cola de Serpiente, que mide 30 metros de altura.
“Trabajamos en muy estrecha relación y somos los que vigilamos todos los ingresos del parador turístico, vigilamos la correcta distribución de los recursos, el control de los visitantes y el cuidado del río”, detalla la síndica municipal.
Los habitantes señalan que no sólo se trata de proveer servicios al turismo, sino de cohabitar sin dañar al medio ambiente, sobre todo a su río, fuente de agua para la población.
Por ello, las autoridades imponen sanciones a quienes no cuiden el recurso.
Para seguir con las estrictas normas, los policías, los integrantes del municipio, así como los trabajadores del parador turístico vigilan que no haya basura y que los visitantes mantengan el orden durante su visita al enigmático pueblo de Apoala, en Oaxaca.