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Tapachula.— Por más de un mes, Kenny Omar Ríos Martínez, un migrante hondureño de 28 años, deambuló por las calles de Tapachula con su hija menor pidiendo unas monedas para alimentarla mientras esperaba la repatriación del cuerpo de su esposa, Karen Sabio, quien falleció de un paro cardiaco el 7 de junio.
Apenas este martes la espera terminó, ya que el consulado de su país le informó que se autorizó el retorno de los restos con 100% de los gastos cubiertos. “Ahora sólo necesitas escoger el ataúd, y que la funeraria se ponga de acuerdo contigo para la hora del traslado”, le explicó un funcionario ese mismo día.
La madrugada de ayer la funeraria La Casa del Ángel, en Tapachula, a unos 45 kilómetros de la frontera con Guatemala, se encargó de trasladar el cuerpo de Karen, quien es en la sexta persona repatriada entre junio y julio a través del Fondo de Solidaridad al Hermano Migrante.
El programa está destinado a migrantes en tránsito y residentes; además que también apoya a los hondureños enfermos con gastos de estudios y medicina; así como pasaje aéreos para personas vulnerables.
La travesía. Entre lágrimas, Kenny recuerda que debido a las extorsiones y amenazas de muerte que recibió su esposa por parte de pandilleros huyeron de la ciudad de Trujillo para emigrar a Estados Unidos.
De su trabajo como ayudante de albañil y de ella, como comerciante de comida típica, lograron juntar 2 mil 500 lempiras —unos dos mil pesos— y a principios de febrero emprendieron el viaje: primero llegaron a Guatemala y posteriormente cruzaron a territorio mexicano de forma irregular por la frontera Ciudad Cuauhtémoc-La Mesilla.
Sin embargo, Kenny y su esposa, de la etnia garífuna, iniciaron los trámites de refugio en las oficinas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR) y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) de Tapachula, que les fue otorgado el 7 de mayo.
“Todo iba muy bien, mi esposa trabajaba haciendo extensiones de trencitas con estambres en el parque de Tapachula, ganábamos entre 300 a 500 pesos diarios; nos alcanzaba para pagar un cuarto de 800 pesos mensuales, los gastos de comida, leche, ropa y calzado”, narra mientras prepara el biberón de su hija.
Pero fue el 7 de junio a las 11:30 horas cuando la tragedia alcanzó a la familia: “Llegamos al parque para iniciar el trabajo, me dijo que se sentía muy cansada, se sentó en una banca; le compre agua y suero.
“Se desmayó, le puse alcohol en la nariz y reaccionó; logré llevarla al cuarto de una amiga cerca del centro; ella me decía que le dolía el corazón; volvió a desmayarse, la soplaba para darle aire, le di respiración de boca a boca, pero cuando llegaron los paramédicos de la Cruz Roja me dijeron que ya no tenía signos vitales”.
Cuenta que desde el fallecimiento de su esposa no ha podido trabajar, pues no tiene quien cuide a su hija y por ello deambula por las calles pidiendo dinero: “Apenas logró juntar para comprar la leche de la niña; gracias a unos amigos salvadoreños no he pasado la noche en la calle”.
“Mi niña está acostumbrada a que su mamá le cante ‘ángel de mi guarda’ por las noches; y cuando llora la llama, eso me llena más de tristeza. Le he dicho que ella ya no está y se queda callada.”