Tijuana.— A María se le escapan un par de lágrimas antes de partir del albergue al que llegó en y en el que vivió las últimas semanas. En una maleta y una mochila guardó los recuerdos de la vida que alcanzó a rescatar antes de huir de Guerrero, luego de que en febrero de 2019 su esposo —excandidato a la alcaldía de Coahuayutla— fuera desaparecido.

En plena madrugada, María y su hijo se despiden de otros migrantes y desplazados. Apenas una brisa les acariciaba las mejillas cuando dejaron el refugio para ser entregados a personal del Instituto Nacional de Migración (INM). Los abrazos con el resto son casi eternos, se cubren todo el cuerpo porque saben que será la última vez que se verán.

Ella y el niño subieron a una camioneta con rumbo a las oficinas del INM, y una vez ahí, fueron conducidos —con otro grupo de solicitantes de asilo— hasta las inmediaciones del puerto fronterizo El Chaparral, donde fueron recibidos por personal de Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés). En territorio estadounidense esperarán completar su trámite de asilo.

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María llegó a Tijuana hace casi dos años. Dejó la vida que tenía en Guerrero. En 2018 acompañó a su esposo Eleazar Mercado Rodríguez en su campaña por la alcaldía de Coahuayutla como abanderado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Verde Ecologista. No ganó.

Eleazar quiso impugnar los resultados y en febrero de 2019 desapareció junto con otro candidato. Los cuerpos, dice María, no han sido encontrados.

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Tras la desaparición, para María y su familia sólo hubo amenazas. Dice que de las autoridades no recibió protección ni justicia.

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No había pasado mucho tiempo cuando un grupo armado ingresó a su casa y a ella, su hijo y madre les colocaron bolsas en la cabeza, los golpearon, y después de destruir su propiedad, les advirtieron no volver.

“Salgo de la fiscalía (donde denunció), suena el teléfono y me advierten que saben todo… en dónde estoy, en qué hotel me quedo, con quién vengo… qué dije en la fiscalía… Yo, aterrada, lo primero que hice fue irme, nos escapamos”, recuerda.

Huyeron, nunca regresaron. Llegaron a Tijuana en 2019, la primera vez al albergue Agape Misión Mundial, un espacio enclavado en la zona suroeste de la ciudad, que recibe a cientos de migrantes en tránsito o que fueron expulsados de Estados Unidos.

Su director, Albert Rivera, ha perdido la cuenta de la cantidad de mexicanos que dejan sus tierras para sobrevivir. Como María, son desplazados de la violencia de los cárteles que mantienen el control de los sitios en donde vivían.

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“Cuando María llegó tuvo miedo de comentarnos su caso. Estuvo en varios albergues, pero hace poco regresó y ahí fue cuando nos contó todo lo que vivió. Nos movimos inmediatamente para tratar de ayudarla, y hoy, por fin vemos que podrá reiniciar su vida”, dijo el pastor.

Todavía antes de ser entregados a las autoridades estadounidenses, María y su hijo observaban las fotografías que cargan con ellos. No eran imágenes de la familia, eran aquellas que reflejaban las marcas de la violencia salvaje que vivieron en Guerrero. Las guardaban con cuidado en las maletas, junto a los documentos de las denuncias.

Ambos, parados en las oficinas de INM en Tijuana, se miraban y en silencio acomodaban cada una de las pruebas que les permitirán comenzar desde cero. Poco antes de las siete horas dejaron el territorio mexicano.