San Antonio Sija, Guatemala.— “Quiero que venga pronto mi hijo, aunque sea muerto”, exigió Catarina Hernández, madre de Roberto González Hernández, quien falleció durante el incendio en la estación provisional migratoria de Ciudad Juárez, Chihuahua.
A este reclamo se unieron su viuda Manuela Gómez Álvarez, su hermana Roselia González Hernández, familiares, vecinos y amigos que se encontraban reunidos esperando noticias de la Cancillería, pero hasta este viernes nada les habían dicho.
El pasado 19 de marzo, Roberto, de 32 años de edad, abrazó por última vez a su mamá, su esposa y sus hijos Brayan y Elsa Catarina, de 11 y 10 años, respectivamente, y abandonó este pequeño pueblo, ubicado en las montañas del departamento de Totonicapán.
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Con la mirada triste, la pequeña Elsa Catarina porta una fotografía donde aparece ella, su papá y su hermano cuando estaban más pequeños; en tanto que Brayan aprieta con sus pequeñas manos la foto de Roberto en medio de un bosque.
Mientras escucha que su abuela, su madre y tía claman a las autoridades de México y Guatemala para que el cuerpo de Roberto sea repatriado de forma inmediata, el pequeño no puede evitar llorar.
“Los niños extrañan mucho a su papá, lo quieren ver, se sienten muy tristes”, explica la madre.
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Roberto compartía un viejo y pequeño cuarto construido con ladrillos de adobe, con su madre, esposa e hijos; pero también había habilitado un pequeño espacio para dos máquinas de costura.
El sueldo de 35 quetzales (unos 80 pesos) que ganaba diario en el improvisado taller de ropa no le alcanzaba para pagar los gastos de alimento, ropa, calzado y estudio de sus hijos.
“Él quería una vida mejor para su familia, que estudiaran sus hijos, pero con el sueldo que tenía haciendo ropa no le alcanzaba, por eso decidió buscar el sueño americano”, explicó Roselia.
De acuerdo con la esposa, Roberto se comunicó con ella el sábado 25 de marzo y le informó que había sido detenido por migración; pero el pasado martes se enteraron a través de las redes sociales que había fallecido.
“La noticia nos dejó en shock, no esperábamos esto, lo que nosotros queremos es que nos manden el cuerpo, queremos tenerlo ya. Pedimos justicia por las vidas que se perdieron, también pedimos una indemnización, ya que somos de bajos recursos y los niños ahora se quedaron en la orfandad, sin nadie que vea por ellos”, exigieron los familiares.
En esta zona indígena hablantes del idioma kiché, la mayoría de los pobladores viven de la agricultura, la fabricación y venta de ropa al mayoreo y menudeo, pero la entrada principal es la remesa que envían los que han alcanzado el sueño americano.