Malacatán, Guatemala.— Don Santos Leonel Gómez Esquivel, padre de Leonel Estuardo Gómez Zepeda —uno de los 55 migrantes que fallecieron tras accidentarse el tráiler en el que viajaban de forma irregular cerca de 160 migrantes hacia Estados Unidos— regresó de Chiapas triste y sin el cuerpo de su hijo.
Ni las autoridades mexicanas ni las de su país le dieron una fecha para repatriar los restos de su hijo, un destacado futbolista del equipo Malacateco, que en 2007 ascendió a la primera división de Guatemala.
Santos regresó la madrugada del lunes de Tuxtla Gutiérrez con la incertidumbre de no saber cuándo sepultará a su hijo.
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“No nos dieron una fecha, si podría ser en una semana o un mes. Voy a esperar, pero exigiendo también que no tarden, aquí sus amigos y el pueblo lo esperan”, dijo con tristeza.
“No podemos esperar al resto de las personas que no tienen la posibilidad de viajar para reconocer a sus familiares. Le pedimos al presidente de México Andrés Manuel López Obrador que se ponga la mano en el corazón y ordene que se haga la repatriación de los cuerpos que ya fueron identificados”, expresó.
“Esperamos que en el transcurso de esta semana nos avisen que ya viene el cuerpo de mi hijo, porque sus amigos ya tienen listo el panteón”, agregó.
“Tengo que ir a verlo”
Santos, de 60 años, contó a EL UNIVERSAL que su hijo siempre tuvo la pasión por el futbol, deporte que practicaba con el equipo local, El Malacateco, en el campo municipal de Santa Lucía, escuadra que jugaba en el estadio municipal de Malacatán y ciudades vecinas.
El hombre confesó que no sabía que su hijo había tomado la decisión de irse a Estados Unidos junto con su sobrino, José Rolando Gómez Miranda, de 35 años, quien permanece en estado grave en un hospital de la capital chiapaneca.
Recordó que la última vez que lo vio le dijo que se cuidara, que se portara bien. No sabía que era la despedida, que sería la última vez que lo vería con vida.
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“Soy diabético, neurótico e hipertenso, agarré la noticia como es, pero no lo aguanté. ‘Tengo que ir a ver a mi hijo’, le dije a mi hermano. Entonces nos unimos mi yerno y una de las esposas de mi hijo y nos fuimos primero a Chiapa de Corzo y luego a reconocer el cuerpo”, relató.
Comentó que su hijo era mecánico y ganaba poco dinero, por eso, mencionó, tomó la decisión de viajar a Estados Unidos. “Ni adiós me dijo, yo no sabía que mi hijo se había ido, no quiso que me dijeran y así se fue, sin avisarme”, relató.
Refirió que era buen hijo y un gran padre para sus cuatro hijas de dos matrimonios.
Una ciudad que vive de remesas
Este poblado, ubicado a unos 13 kilómetros de la frontera con México, vive de las remesas que mandan los migrantes que se han ido a Estados Unidos y de la mercadería que entra de contrabando procedente del vecino país. Don Carlos, dueño de una tienda de abarrotes, explicó que la mayoría de los jóvenes se han visto en la necesidad de migrar a Estados Unidos debido a la falta de oportunidades.
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“Aquí se vive de las remesas que mandan los jóvenes en Estados Unidos, también de la fayuca o mercadería [abarrotes, calzado, trastes, medicinas] que entra de contrabando procedente de México, mercancía que se compra aprovechando que el cambio del quetzal está sobre el peso”.