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Xalapa.— Los versos y rimas de Tlen Huicani, los cantores que hablan, rompieron fronteras. Gracias a ellos el son jarocho ha llegado a los cinco continentes; al menos en 65 países —tan diversos como Alaska, Irán o los Emiratos Árabes— la danza zapateada y la poesía que se conjuga en el son se volvieron eternas.
Tlen Huicani —que significa “los cantores” en Náhuatl, lengua hablada en el norte de Veracruz— lleva 45 años haciendo historia. Se presentaron por primera vez en 1973 en un congreso de antropología en Xalapa y un año después regresaron a los escenarios para nunca parar.
En la agenda de los artistas hay giras y conciertos, pero también tiempo para la enseñanza del patrimonio cultural veracruzano a los más jóvenes.
Todo es gracias a Alberto de la Rosa, un hombre de 71 años quien lleva el son jarocho en el alma y en la sangre. Su espíritu se siente contento cuando las melodías se convierten en sones. “No sólo hay que enseñar a tocar, hay que enseñar a gustar el arpa”, afirma el maestro.
Desde la cuna. Su don para la enseñanza le ha permitido a Alberto de la Rosa impulsar a decenas de músicos, incluyendo a sus dos hijas, una de las cuales se presentó el año pasado en Nueva York, en la sala número 1 de conciertos.
A los 9 años, el compositor, arreglista y productor tocó su primer instrumento: la guitarra. Más tarde aprendió a tocar el arpa.
Su madre Luz del Carmen Sánchez, originaria de Acayucan, una región del sur con una gran vocación musical, es quien lo introdujo en el mundo de los sonidos y la armonía.
El joven Alberto descubrió el arpa en el bachillerato, pero en Xalapa no había muchos ejecutantes, por lo que emigró a la capital del país donde estudió durante un año en la UNAM.
Luego, regresó al Conservatorio de Música de la Universidad Veracruzana, donde conoció a tres grandes personajes que han influido en el estado y su trayectoria: Miguel Vélez, Mateo Oliva y Antolín Guzmán.
Arte y melodía. La importancia del son jarocho que tocan, dice el maestro De la Rosa, “reside en que son las raíces del veracruzano y del mexicano, es la diferenciación en este mundo globalizado que da como resultado la despersonalización”. El tono melodioso del arpa se funde con la guitarra, jarana, bajo y percusiones que tocan los otros cinco integrantes de Tlen Huicani al ritmo de La Bamba, La Morena o alguna de sus 40 composiciones propias.
“Justo cuando empezamos con Tlen Huicani, la gente empezó a oír el arpa y les empezó a gustar. No sólo hay que enseñar a tocar, hay que enseñar a gustar el arpa”.
Recién desempacado de un concierto en Tijuana y a punto de ofrecer otro en la capital, el fundador de la agrupación Tlen Huicani espera que su mayor legado sea la enseñanza del arpa a músicos mexicanos, pero también originarios de otros países como Estados Unidos y Francia.