Santa María Tlahuitoltepec.— Las notas de una que narra la tragedia de un migrante que muere en su intento por cruzar hacia Estados Unidos se escuchan en el corazón de Santa María Tlahuitoltepec, una comunidad ayuujk de la Sierra Norte de Oaxaca.

A unos metros de la iglesia y del Palacio Municipal, cientos de personas se reúnen para despedir a Josué Díaz, un hombre joven, que al igual que el protagonista del corrido falleció al buscar cruzar la frontera y mejorar la calidad de vida de su familia.

Josué es uno de los cuatro migrantes de Oaxaca que murieron en el tráiler abandonado en San Antonio, Texas, donde en total perecieron al menos 26 mexicanos identificados y, a más de medio mes de la tragedia, sus restos por fin descansan en la tierra de su comunidad.

Envuelta en neblina, solemnidad y las notas apagadas de la banda de viento, Santa María Tlahuitoltepec está de luto por la muerte de su hijo de 34 años.

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No es el primero y así lo saben los pobladores, quienes reconocen que la marginación y las carencias que viven como pueblo indígena son las razones que motivan la migración, que por años ha arrancado al menos a algún integrante de cada familia.

Parados en el atrio de la iglesia con el cuerpo de Josué al frente, y mientras suenan sones y jarabes mixes, los pobladores de Tlahui, como se le dice desde el cariño a esta cuna de músicos, se despiden del joven, quien fue taxista y decidió migrar para trabajar por su derecho a una vida digna, como lo han hecho muchos de sus paisanos.

“Tanto la migración como una vida digna son derechos universales para todas las personas. La ausencia de ello ha obligado horizontes y caminos que mantienen la esperanza de que todo puede mejorar, pero eso cuesta y ha costado vidas (…) A nuestro pueblo le han arrancado muchas esperanzas, muchas vidas”, expresó la autoridad municipal de esta comunidad al dar a conocer la muerte más reciente de otro de sus hijos.

José Guadalupe, uno de los familiares de Josué, afirma que el joven es el primero del que la comunidad se entera que murió de esta manera en su intento por cruzar, pero no duda que otros hayan muerto al intentar alcanzar el sueño americano, sólo que, dice, ellos no se han enterado.

La decisión de cruzar a la frontera no es fácil, apunta Germánico, otro de los asistentes al funeral. Cuando él lo decidió, por ejemplo, recuerda que una persona de la comunidad le ofreció la oportunidad por un costo de 2 mil 500 dólares y esa persona se encargó de todo.

Actualmente, comenta, el mecanismo es el mismo y el costo oscila entre los 7 mil y hasta 12 mil dólares. “Entre más caro se supone que es más fácil”, explica.

En su caso, Germánico logró cruzar en su segundo intento por el lado de Ciudad Juárez.

La primera ocasión lo detuvo migración de EU en un campo de algodón y estuvo preso durante 11 días. Eso no lo detuvo y en el segundo intento logró llegar a la casa que servía como refugio para las 10 personas migrantes más que lo acompañaban. Posteriormente fue alojado en un hotel y finalmente con los “raileros”, quienes lo llevaron hasta Denver, donde trabajó durante 13 años hasta que decidió regresar a Tlahuitoltepec.

“Al final, es cuestión de decisión”, sentencia. Sin embargo, en la comunidad saben que detrás del sufrimiento de su pueblo hay quien lucra y se enriquece.

“Nos llena de tristeza saber que las esperanzas por mejorar las condiciones de vida hoy son grandes negocios de muerte”, lamenta la autoridad desde la indignación y la rabia cuando anunció el regreso de Josué a su tierra, mismo que hoy se cumplió con su entierro en medio de una tarde de lluvia.