Tijuana.- Ese día, el 8 de marzo de 2022, Teresita escuchó en su casa, en Mazatlán, sonar su teléfono y no distinguió el número pero reconoció la clave, era un 664: . De inmediato sintió un golpe en el estómago, habían pasado años que no recibía un llamado de esa ciudad, por lo que entendió que era algo importante. Tomó aire y se sentó cuando escuchó decir desde el otro lado del auricular: Teresita necesito que venga, tomé un vuelto y ¡véngase! Tenemos información de su hijo.  Juan Antonio Orpinela Osuna, su primer hijo, lleva casi 15 años desaparecido.

 Juan desapareció un 21 de septiembre de 2007, en la colonia Independencia, en Tijuana, desde ese entonces y hasta hoy doña Teresita patrulló las calles de esta frontera, recorrió los callejones que nadie, ni los residentes, visita.  Pagó a videntes, espiritistas. Se enfrentó a las máximas autoridades de la Fiscalía General de la República (FGR) y, en su peregrinar, vio ir y venir presidentes: Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y, hoy, Andrés Manuel López Obrador.

Tuvieron que pasar casi 15 años para que el gobierno federal autorizara el apoyo de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y agentes de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO); desde prisión diferentes miembros de un cartel lanzaron una ubicación para iniciar la búsqueda: una casa verde, en La (colonia) Salvatierra. 

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Juan Antonio tenía 19 años. Estudiaba  Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), vivía con su familia en Mazatlán y también era beisbolista. En septiembre de 2007 uno de sus tíos lo invitó a Tijuana a una fiesta.

Teresita recuerda que le insistió mucho en no ir porque las noticias de esa ciudad no daban buen augurio, los encabezados de los diarios hablaban de secuestros, asesinatos y extorsiones. Enfrentamientos a plena luz del día, así eran los días de esa época en Tijuana.

Cártel de los Arellanos o Cártel de Sinaloa, esos eran los nombres que más leía Teresita y esa era la razón por la que nunca le entusiasmó que su hijo visitara Tijuana, pero aún con la reputación de ser la ciudad más peligrosa del mundo, Juan se fue con su tío. Lo último que supieron del joven es que un comando armado llegó y se llevó a ocho personas, entre ellas a Juan.

Después Teresita y su esposo sabrían que apenas a unas calles se encontraba un lugar que el Cártel de Tijuana utilizaba como centro de entrenamiento para reclutar miembros. Un campo de entrenamiento, armas y droga sería lo que elementos de distintas corporaciones hallaron allí, cerca de donde Juan fue visto por última vez.  Porque, como siempre pasa en esas ocasiones, nadie miro nada ni a los hombres armados ni a las camionetas. Nada.
 
Durante ese tiempo la mamá de Juan decidió mudarse de Mazatlán a Tijuana, la idea era presionar a las autoridades, pero nada funcionó hasta que en diciembre recibió una llamada: Una voz desconocida los contactó, les pidió 50 mil dólares por regresarles a su hijo con vida. Sin esa cantidad, ella y su esposo hicieron lo que hacen los padres por su sangre, se despojaron de todo lo que tenían y con apoyo de conocidos lograron juntar poco más de la mitad y con ese dinero acordaron hacer el intercambio.

Fue un 10 de diciembre cuando entregaron el dinero, Teresita esperaba en su casa. Nada la hizo moverse de allí, su prioridad era escuchar el teléfono para trasladarse de inmediato a cualquier lugar para recoger a su hijo, incluso ya había comprado dos boletos de avión para partir apenas tuviera a Juan en sus brazos, allá en Mazatlán sus hermanas y otros familiares ya los esperaban, era el momento por el que habían orado casi a diario, encomendándose a los tres santos.  

Pero no, las horas pasaron hasta que cayó la noche, el calendario marcó el 11, 12, 13 hasta que diciembre terminó. Nunca más volvieron a contactarlos y Teresita nunca más volvió a ver a Juan.  Ella hizo su propia investigación, caminó por las colonias más peligrosas y habló con personas que casi nadie quiere hablar, para Teresita cualquiera que pudiera darle una pista para hallar a su hijo era bienvenido. Pero conforme pasó el tiempo vivir y respirar se hizo más difícil.

El tiempo hizo lo suyo. Su cuerpo, pero sobre todo su mente, se desgastaron. Nunca dejó de buscarlo.  Regresó a Sinaloa para sentir el cobijo de los suyos. Durante los últimos 15 años su vida ha sido buscar hasta debajo de las piedras. Conoció a otras mamás que, igual que ella, perdieron el rastro de sus hijos en el camino. Aprendieron de leyes, de derechos humanos pero sobre todo de resiliencia, de esos temas que la gente aprende cuando vive tragedias.

Durante los últimos años le dijeron de todo. Una mujer le leyó el tarot, le decía en aquella ocasión que su hijo iba a regresar vivo, no sabía cómo, cuándo ni de dónde pero Teresita tenía que esperar. Eso hizo, esperar, pero nunca vio a Juan cruzar la puerta de la casa donde creció. Esa fue la última vez que pagó por ese tipo de servicios, que desde esa vez le rompieron el corazón y, un poco, la fe.

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