Caucel.— Hasta hace tres meses, la vida de María Liseli Euan Sonda transcurría con la misma extraña normalidad que la de muchas otras personas: aunque había unos días más difíciles que otros, su esposo y ella contaban con empleos, había suficiente comida en el hogar para dos de sus tres hijos y dinero para ir al cine o pagar televisión por cable, hasta que el Covid-19 apareció.
Esta enfermedad de pronto le arrebató a José Asunción Pech Puc, su esposo y el padre de sus tres hijos, y la dejó sola, sin certidumbre jurídica de la vivienda donde habita en esta comisaría de Mérida y, de paso, su futuro laboral y económico es incierto.
Euan Sonda, de 38 años, perdió a su esposo el pasado 14 de junio. Desde que supo del contagio por el virus, lo cuidó hasta que le fue imposible hacerlo y tuvo que ingresarlo a una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
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Apenas a los dos días de haber dejado a su pareja en el hospital, el teléfono sonó; del otro lado de la línea le avisaron que sería intubado por el bajo nivel de oxigenación que mostraba en la sangre. A las 48 horas de haber colgado, una nueva llamada entró: José Asunción había fallecido.
“Todo fue tan rápido que aún no sé qué haré”, relató a EL UNIVERSAL, acompañada de su pequeña hija Itzel, de apenas cinco años; también es madre de Julisa Pech Euan, de 20 años, y de Jhonatan, de 18 años.
Ella era trabajadora doméstica en varias casas de la capital yucateca y también ganaba bien, pero al saber que su esposo se había contagiado de Covid-19, le pidieron que “no regresara, que ellos me avisaban, pero hasta ahora, nada”, explicó.
Sus empleadores eran varias personas que viven en el Fraccionamiento Santa Fe de Ciudad Caucel; la mayoría, familias de clase media y clase media alta.
“En la comisaría de Caucel, la gente tiene miedo; hasta cuando voy a la tienda se alejan de mí, saben que murió mi esposo de Covid-19 y piensan que estoy infectada también”, declaró.
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La situación se ha convertido en una pesadilla. “Parezco apestada, yo entiendo, todos tienen miedo, pero yo necesito cuidar y atender a mis dos hijos, uno es un joven jardinero que me ayuda con lo que gana, pero la otra es apenas una niña de cinco años”, comentó, y explicó que su otra hija ya tiene familia.
Declaró que es tan tremendo lo que está pasando que “o te mueres de Covid, como le pasó a José Asunción, o te mueres de hambre; apenas tenemos para pan y leche, siendo que antes vivíamos bien, nada nos faltaba, mi esposo era muy chambeador”, dijo.
Ahora su nivel socioeconómico disminuyó: “Somos más que pobres, apenas logramos juntar dinero para la comida.
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“Mientras no tenga trabajo, así estaremos”, subrayó.
María Liseli dijo que su preocupación más grande es que viven en una casa que construyó su marido en un terreno propiedad de su suegra; sin embargo, no cuenta con algún papel para poder amparar la propiedad.
“Ahora sí tengo miedo, no sólo del Covid-19, sino hasta de perder mi casa; todo cambió para nosotros al morir mi marido”, acotó.
La mujer precisó que está a la espera de la vacunación contra el Covid-19: “Ya me urge, debo estar protegida para poder trabajar y atender a mi niña y a mi muchacho”, explicó.
Cuando trabajaba haciendo limpieza en varias casas del Fraccionamiento Santa Fe, recibía despensas y alimentos, y, además, su dinero. “No nos hacía falta nada. Con el sueldo de mi esposo, podíamos pasarla sin apuros, pero ahora, sola y sin trabajo, de verdad me siento desesperada”, afirmó María Liseli.
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Señaló que en Ciudad Caucel y en la comisaría del mismo nombre, los problemas socioeconómicos, como el de ella, no son de una o dos familias.
“Somos muchos los que teníamos para cubrir nuestras necesidades, hemos retrocedido a pobres, apenas y nos alcanza para comer”, refirió.
Al igual que a muchas otras familias, la pandemia les ha causado la pérdida de empleo y una severa falta de oportunidades que desemboca en crisis económica, pues cada vez es más difícil pagar alimentos y servicios si su precio incrementa: “Nos tiene, literalmente, pegados a la pared”.
Su inesperada viudez y la falta de empleo le cambiaron la vida en tan sólo tres meses. De ser una mujer con una familia que vivía con problemas, pero que tenían solución, ahora se encuentra sola y sin mayor apoyo, porque de encima, la empresa donde laboraba su esposo, se negó a darles una indemnización o liquidación por su fallecimiento.
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“Nos dijeron que no fue culpa de ellos que se enfermara y no nos dieron más que la última quincena que había trabajado”, relató la mujer.
Otro de sus apuros es conseguir trabajo, como doméstica, empleada o “de lo que sea”, pero ahora es muy difícil lograrlo porque nadie la quiere ver cerca por el riesgo de contagio.