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Tijuana.
- En medio de un mar de gente, Rocío llegó a Tijuana durante un frío que la abrazó mientras caminaba su retorno a un país que dejó hace 31 años para cruzar la frontera a Estados Unidos de donde fue deportada al mediodía de ayer, a pesar de haber emprendido un negocio, pagar impuestos, no tener registro criminal y tener tres hijos universitarios, de los cuales uno de ellos es Teniente Segundo de Inteligencia del Ejército estadounidense.
“Somos las madres que han parido a los hijos de sus ejércitos”, reclamó la mujer de poco más de 50 años, ante los reporteros que se acercaron para documentar su historia apenas unos minutos de haber cruzar el puente peatonal que divide México de Estados Unidos, en el puerto fronterizo de El Chaparral.
Rocío
es una mujer pequeña de tamaño. Su cuerpo no mide más de 1 metro con 60 centímetros y en su piel lleva el color azteca: cobre. Cabello café claro igual que sus ojos. Recién llegó a la ciudad fronteriza más visitada del mundo; no carga con nada más que con una pequeña bolsa de plástico, donde no hay espacio para guardar 31 años de vida.
Camina por la explanada de El Chaparral, mientras decenas van en sentido contrario para cruzar de México hacia Estados Unidos . La mujer avanza contra la corriente de peatones, contra su propia voluntad cumple con una sentencia que le advirtieron desde hace meses cuando le informaron que sería deportada, que la solicitud de su hijo –Teniente del Ejército de Estadios Unidos - para detener su retorno fue negada.
“Qué le dicen a los muchachos cuando van a reclutarlos a las High school que van a cuidar y proteger a sus familias, pero eso no es cierto; si un muchacho tiene a su mamá o papá que no tiene papeles se enlistan para protegerlos, para que les den papeles y no lo están haciendo; quieren a los muchachos en el Ejército, pero no los están protegiendo”, lamentó.
Gira su cabeza hacia todos lados queriendo reconocer una ciudad que no conoce; sólo sabe de ella en noticias cuando algún conductor habla de los migrantes o de la violencia, del contrabando o del crimen organizado. A pesar de sus esfuerzos por reconocer el país donde nació, el tiempo no perdona: el México que ella dejó y al que ahora regresa es otro.
Su proceso de deportación, dice, empezó con una llamada anónima. Esa fue la justificación que le dio el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés). Alguien habría llamado para reportar la condición migratoria de Rocío y a partir de allí se gestionó su orden de deportación.
Aunque en su historial no tiene ninguna actividad criminal para el gobierno estadounidense está manchado, ya que en dos ocasiones ya había sido deportada durante la década de 2000 y ambas veces regresó. Cuando le informaron –en 2018- que sería deportada su familia buscó ayuda y presentó todos los recursos legales para evitarlo, pero hasta hace poco les informaron que aún así saldría del país.
Desde el 4 de diciembre pasado, el gobierno estadounidense le colocó un grillete para evitar que escapara de su expulsión. Le permitieron quedarse en fechas decembrinas a sabiendas de que el 2 sería su último día. Desde esa fecha una libra de metal alrededor de su tobillo le recordaba todos los días -hasta en Navidad y Año Nuevo- que sería separada de su familia y del hogar que durante tres décadas construyó.
“Entiendo como los que esclavizaban y les ponían un grillete; pesa más de una libra. Un grillete es un grillete, se lo pones a un animal que tienes encadenado y eso es lo que hacen. Como en el tiempo de antes, prácticamente es así, así me hicieron y así hace con mucha gente”, recordó Rocío mientras hablaba sobre el último mes que pasó con su familia antes de ser deportada.
agv