A Socorro se le desgarra el rostro cuando habla en nombre de su hija, Alina. Asiste a cada marcha feminista cargando con su fotografía, un pañuelo morado y un megáfono con el que exige justicia. No, Alina no está muerta, ella está en prisión con una sentencia de 45 años por haber asesinado a su expareja en defensa propia, mientras la golpeaba y estrangulaba.

“No me la mataron, pero es como si estuviera muerta en vida… si sobrevivimos o te defiendes, el Estado va con todo el peso de la ley contra las mujeres. Es un castigo por sobrevivir”, dice Socorro Tehuaxtle, una mujer que siempre se dedicó a sacar adelante a sus hijos y que ahora se convirtió en activista y estudiante de Derecho para defender a su hija.

Desde su celular, Socorro busca entre las noticias los casos de violencia femenina. Le indigna pensar en las mujeres que han muerto a manos de sus agresores, pero también le es imposible no comparar el destino de su hija Alina, con aquellas que no sobrevivieron. Cuando recuerda que le espera casi medio siglo en prisión, se cuestiona si el único camino es dejarse morir a golpes.

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El 4 de octubre de 2022, el juez de Control, Daniel Aguilar Patiño, citó a primera hora para dar la sentencia en contra de Alina. Ese día Socorro esperaba afuera de la sala donde también estaban su hija, los abogados y los agentes del Ministerio Público. Antes de empezar pidió permiso para entrar y el juez les respondió con una pregunta: ¿Está segura?

Con plena seguridad, Socorro dijo que sí. Dio unos pasos y se acomodó; casi de inmediato el juez dictó la sentencia: 45 años, dijo frente a todos. Sin dar mayor explicación, se retiró. Pero Alina y su madre rompieron en llanto, apenas a unos metros de distancia sin poderse abrazar ni tocar. Una custodia, haciendo gala de empatía, les permitió despedirse.

“Es como si me hubieran clavado algo en el corazón, me han arrebatado a mi hija muchas veces, muchas, cuando ese joven se la llevó, cuando no la dejó terminar la relación, cuando la detuvieron y ahora ese juez. No son ellos, es todo un sistema, aquí no sólo es Alina, es ella y yo, aplastadas por este machismo que nos castiga muchas veces”, dice Socorro, mientras abraza el uniforme de policía que usaba su hija.

Apenas habían pasado unos días de la sentencia, cuando Socorro decidió estudiar Derecho. Con una beca obtenida con ayuda del Centro de Justicia para las Mujeres (CEJUM), en Tijuana, comenzó con sus clases sabatinas. Su rutina era interminable, madrugar para trabajar, atender su hogar, cuidar a su otro hijo y luego perseguir a las autoridades para buscar la libertad de Alina.

Aun en medio del caos de una agenda saturada, siempre encontró el tiempo para estudiar, cumplir con sus tareas y, sin saber cómo, adentrarse en el mundo del activismo. Socorro encontró un abrazo fuerte y poderoso en los colectivos feministas que abrazaron su causa como la de ellas, durante las marchas era acuerpada y acompañada. Todavía lo es.

Comenzó a integrarse en las reuniones para organizar las movilizaciones. Lo único que siempre ha pedido: no me dejen sola. En febrero pasado, Socorro, familiares e integrantes de las colectivas, marcharon hasta los juzgados familiares. Ella, una mujer de casi 60 años que nunca antes había tomado la palabra en público, encabezaba el contingente.

Paso a paso, avanzaba

Justicia por Alina, sobreviviente de violencia”, decía una de las mantas que cargaban entre todas y que luego fueron colocadas en los barrotes del edificio judicial. Allí, de nuevo, Socorro tomó el megáfono para iniciar el discurso y contar la historia de Alina, sobre los abusos que sufrió a manos de su expareja y todas las veces que la justicia les falló.

Una mujer se acerca a leer alguna de las hojas pegadas en los barrotes y pregunta al aire: “¿Cómo la puedo ayudar?”, luego se acerca a las jóvenes que acuerpan a Socorro y, de nuevo, les pregunta: “¿Qué puedo hacer, cómo puedo ayudar?”.

Socorro integró palabras a su vocabulario que antes ni siquiera conocía y que ahora las pronuncia con mucha fuerza y resiliencia: “Machismo, perspectiva de género, inequidad”, no son las únicas que describen lo que vivió durante el proceso penal en contra de su hija.

En las últimas semanas suspendió sus clases para trabajar tiempo extra, porque parte de la sentencia es pagar casi medio millón de pesos a la familia del hombre que violentó a Alina.

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