Tapachula.— Una nueva oleada de migrantes provenientes de Honduras, África, Cuba y Haití satura desde la semana pasada las oficinas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de esta localidad, a unos 25 kilómetros de la frontera con Guatemala.
El relajamiento de la vigilancia por parte de las autoridades federales en el río Suchiate, que divide a México con Guatemala, fue aprovechado por decenas de extranjeros que cruzan de forma irregular debido a que el caudal del afluente es bajo.
De acuerdo con Pierre Marc, oficial de información pública del Acnur, en los últimos seis meses de 2020 y lo que va de este año se registró un incremento de solicitudes de asilo de migrantes, pese a la pandemia de Covid-19.
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Indicó que todos los días se atiende a un promedio de 400 extranjeros y, aunque ha aumentado la llegada de migrantes, consideró que no están en una situación de emergencia. Sin embargo, se preparaban para fortalecer la atención con el incremento de personal y espacios.
De acuerdo con cifras de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), en el primer bimestre de este año recibieron 13 mil 513 solicitudes de refugio en las sedes de la Ciudad de México, Tabasco, Veracruz y Chiapas.
Los motivos para migrar
Denis, un hondureño de 46 años y padre de cuatro niños, decidió huir de su país para no entregar a su hijo mayor, de 14 años, a las pandillas, que le exigían mil 200 lempiras (unos mil 24 pesos mexicanos) quincenales por concepto de “impuesto de guerra”.
“Trabajaba en el campo sembrando maíz y frijol, pero el huracán destruyó todo mi cultivo, ya no tuve para pagar a los mareros la cuota”, relata el hombre mientras hace fila para ingresar a la oficina del ACNUR: “Un día llegaron y me dijeron: ‘Tienes dos opciones, nos das tu casa o a tu hijo’. Decidí dejarles mi casa y huir con mis hijos”, dice.
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“Vine a pedir ayuda a este país, siento que aquí va a ser diferente mi vida; allá en Honduras no tenía tranquilidad, todos los días llegaban los mareros a amenazarme. Mis hijos temblaban y me decía [a mí mismo] que era mejor morir en el camino”, refiere.
La misma situación enfrentó Carlos, de 31 años, a quien amenazaron con quemar su vivienda, con sus tres hijos y su esposa adentro, si no pagaba la cuota de extorsión. Ya habían quemado la casa de su suegra y la advertencia de los mareros fue: “Pagas o nos entregas a tu hijo”.